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Por Luis Arroyo Zapatero

RAIMUNDO DRUDIS (1930-2022)

A sus bien cumplidos 92 años nos ha dejado Raimundo Drudis, director por muchos años de la escuela de magisterio de Toledo, desde 1965 al 2000. Había nacido en 1930 en Pla de Santa Maria en Tarragona. Lo conocí en la primera junta de gobierno a la que acudí en el rectorado de la calle Paloma en octubre de 1985. Éramos todavía cuatro gatos entre decanos y directores y cabíamos en la sala de juntas. Entre personas de edades y formaciones tan distintas destacaba Raimundo por su carácter encantador y servicial, extraordinariamente educado y, por lo que después descubriría, el científico quizá más notable de la nueva Universidad. Me sorprendió cuando el rector Isidro Ramos anunció que la lección inaugural del curso sería impartida por Raimundo Drudis precisamente sobre la filosofía de la justicia de John Rawls.  Pronto aprendí que era un especialista en filosofía contemporánea con extraordinaria competencia en Wittgenstein, el austriaco que triunfó en Cambridge y a cuya obra, especialmente el Tractatus Logico-Philosophicus, se acercó Raimundo de la mano de su maestro Jose María Bochenski, catedrático de la Universidad suiza de Friburgo.  Quien se convertiría en su maestro era un personaje muy notable. Originario de las cercanías de Cracovia en tiempo de pertenencia a Rusia había estudiado derecho en Lemberg, (Liow) hoy Ucrania, la única gran ciudad que se va librando de la destrucción de la guerra actual, pero decidió ingresar en la orden de los dominicos. La guerra mundial le sorprende de profesor en el Angelicum de Roma y retorna a Polonia donde es hecho prisionero por los alemanes, pero logra escaparse y contactar con el ejército polaco en el exilio, quien le envía a la escuela de oficiales de que disponían en Escocia, donde permanece dos años  relacionándose con los profesores de las universidades de Oxford y Cambridge. En el año 1942 es nombrado Vicario del obispo castrense polaco y participa con él en la batalla de Monte Casino. Al terminar la guerra obtiene la cátedra de la Universidad Suiza de Friburgo. Era entonces el filósofo mejor informarlo de la Europa continental, pues la guerra había impedido la comunicación de lo que se producía en los años 20 y 30 en las universidades británicas y que él había conocido bien durante su estancia en Escocia. Hasta su muerte, Raimundo Drudis estuvo con él en permanente contacto discipular.

A esos años de estudio en Friburgo siguieron estancias en Viena y Munich disfrutando de becas del DAAD alemán y de la fundación Alexander von Humboldt. Su vocación por la filosofía de la ciencia se inició tempranamente cuando Miguel Sánchez-Mazas creó la revista “Teoría” en cuyo consejo de redacción participaba Raimundo Drudis con Carlos Paris, Gustavo Bueno y otros jóvenes prometedores. Todo fue bien hasta que cerraron la revista como consecuencia de la editorial publicada con motivo de la muerte de José Ortega y Gasset y de Eugenio d’Ors. La editorial terminaba exponiendo que ambos personajes “vivieron y desenvolvieron la parte más valiosa y fecunda de su obra y de su magisterio en un clima de libertad, elevación y dignidad cultural del que hoy no gozamos. Al perderlos se hace más profundo, más irresistible en nosotros la necesidad de recobrar este clima fuera del cual la vida de la inteligencia y del espíritu sufre como una planta sin sol“. Ni corto ni perezoso el régimen cerró la revista y Miguel Sánchez Mazas partió para un largo el exilio en Suiza del que no regresaría hasta principios de la democracia.

Justo antes de estos hechos los dos jóvenes filósofos se desplazado a Viena con la pretensión de reanudar relaciones con los pocos supervivientes del círculo de Viena, nombres hoy tan consagrados y conocidos como Ernest Topitsch o Paul Feyerabend, y muy especialmente de interés para Raimundo Drudis el catedrático de sociología August Kroll. Vivían en el sector de Viena ocupado por los soviéticos por ser todo más barato aunque se desplazaban a trabajar al centro que era zona de ocupación americana, en la que se podía conseguir de todo, pero lo que a ellos más interesaba era poder encontrarse con los viejos profesores cuya obra había sido brutalmente interrumpida con la anexión de Austria por Hitler en el año 1938. De todas maneras pudieron comprobar que en la Viena de ese tiempo les interesaba más el antiguo rector nazi Martin Heidegger y su filosofía de la existencia que cualquiera de las variantes que habían fructificado desde Viena  hasta Cambridge .

Su obra científica ha sido ingente y su capacidad organizativa impresionante. Alcanzó a editar por sí mismo la nueva vida de la revista de Sánchez Mazas ahora con el título “Aporia”. Pero el filósofo encontró su mejor acomodo en la educación, materia en la que había una gran tradición en la sociología alemana y que incluso resultó haber sido la vocación del gran Wittgenstein, maestro de escuela. Drudis obtuvo plaza en 1956 en la Escuela Normal de Maestros de Madrid desde la que se trasladó a Toledo y cuya dirección alcanza en 1965 y que no deja sino en el año 2000. En Toledo encontró la infraestructura y la autonomía de la que no dispondría nunca en ninguna plaza de Madrid, ofrecimiento que recibió en muchas ocasiones. Se vinculó muy especialmente a Salvador Giner y ha participado ampliamente en la construcción del profesorado de su materia. La Escuela de Toledo, hoy Facultad de Educación, debe mucho su solidez y oficio a los años de este longevo director.

El 1969 se suma con entusiasmo a la creación del Colegio Universitario de Toledo, de cuyo patronato formó parte y con mayor entusiasmo aún se entrega a las nueva Universidad de Castilla La Mancha y sirve con generosidad a la difícil tarea que iniciaba Isidro Ramos, el rector comisario por designación del gobierno regional de José Bono y Jose Maria Barreda. Llegado tres años más tarde el claustro constituyente resultó ser el miembro de más edad y por consiguiente fue el presidente de la sesión electoral de la que salí nombrado rector. En las horas siguientes en el viaje que juntos hicimos me dio valiosos consejos y lamento no haber seguido en particular el de tomar notas todos los días de los acontecimientos vividos, lo que entonces a mí me parecía de poco interés general, pero hubiera sido útil, aunque no fuera más que para no olvidar a nadie de los muchos que aportaron tanto a la construcción de la obra colectiva de la Universidad y también, si se terciaba, para ajustarle las cuentas algún gaznápiro.

Fue a propuesta de Raimundo Drudis como se fundó en Toledo en 1991 la Asociación de becarios de la Fundación Alexander von Humboldt, que reunió a cualificadísimos científicos de todos los campos en el palacio de Lorenzana con presencia del secretario de Estado Juan Rojo, y con Marino Barbero de presidente fue elegido Secretario General y reelegido hasta 1999. Fue un fructífero puente entre los científicos españoles y la presidencia de la Fundación coma y en muy buena parte por la amistad trenzada con Gisela Janetzke, Vicesecretaria General, una excelente hada madrina que hemos tenido los españoles y que nos sigue acompañando.

He tenido el privilegio de conversar con él con frecuencia en todos estos años tras su jubilación y hace unos meses le hablé del proyecto de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades para cuyo cuadro de honor proponíamos su nombramiento.  Se mostró encantado de acompañarnos y me llamó la atención de inmediato sobre la conveniencia de llamar al más sabio de los castellanomanchegos, Gonzalo Díaz, que cumplía en esos días próximos 90 años y así se hizo. En vísperas de la constitución de la Academia le llamé de nuevo, pero solo pude hablar con su hijo Fernando y en este tiempo falleció.

Creo que en su despedida bien podemos recurrir a Jorge Manrique y proclamar que

“aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo, su memoria”

Una versión abreviada se publicó en la Tribuna de Toledo el 29 de junio de 2022

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