Publicado el 14 de febrero de 2020 en La Tribuna de Ciudad Real
Dice mi hermano, el poeta Dionisio Cañas, en uno de sus libros La muerte de Europa, que «Europa se pudre de melancolía». Aunque se refiere, sobre todo, a cómo se olvida el humanismo, y se pierde muchas veces en el mercantilismo y el egoísmo de algunos de sus miembros, no dando la respuesta que debe dar a muchos problemas como la inmigración o el hambre allende sus fronteras. Unos desean su desaparición como bloque de influencia en el mundo, me refiero a Rusia o China. Otros, como EEUU, desde un sentimiento cultural del individualismo y el liberalismo económico, no les gusta nuestro modelo porque, mientras aquí el Estado de bienestar ha creado un nivel de justicia social alto, allí hay gente que muere o no es bien atendida porque su seguro no cubre su enfermedad.
La tres grandes columnas de la Unión Europea son, y así se solidificó en Maastricht, la económica, la social y la institucional. Mayor poder a las instituciones democráticas y mayor igualdad social son los grandes retos. Y en lo institucional, sobre todo, una voz única en el mundo.
Los personalismos de los presidentes, por ejemplo Macron, ahogan la voz de Europa. La mandan a un segundo plano. Se ve, por ejemplo, en la crisis con Rusia, que puede avanzar con la invasión de Ucrania. Mientras, Borrell, el jefe de la diplomacia europea, está escondido detrás de las cortinas, el presidente francés sigue en el fondo la estrategia de Putin, que no es otra que debilitar a Europa dividiéndola, atendiendo más a países que a la institución comunitaria, ya que la debilidad de Europa facilita su obsesión de ser un bloque de poder mundial, a pesar del nepotismo y la pobreza que reina en su país.
A los demás les interesa que Europa sea muchas voces, y a los europeos nos interesa que sea solo una. Es el momento de avanzar en lo social y lo institucional tanto como en lo económico, y que sobre todo la nuestra sea una sola voz, porque si no somos capaces de defender nuestra forma de vida caeremos en la influencia de cualquiera de los otros tres bloques en los que la democracia o la justicia social dejan mucho que desear.
La estrategia de Vladimir Putin es ningunear a las instituciones comunitarias. El verdadero enemigo de Rusia es el modelo europeo. Es un mal ejemplo para su pueblo empobrecido, un escaparate que muestra que otro mundo más justo es posible.
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