
Por Juan Ignacio de Mesa
Publicado en la Tribuna de Toledo el 9 de junio de 2025
Por razones de entrega de esta columna, la escribo antes de conocer el resultado de la final de Ronald Garros de individuales masculinos entre Sinner y Alcaraz. Seguro que será un partidazo que hará disfrutar tanto o más de lo que lo hicimos en la final individual femenina celebrada el sábado entre Sabalenka y Gauff, en la que se terminó imponiendo esta última. Anticipo que me gustaría que ganara Alcaraz, pero lo va a tener difícil con un Sinner que demuestra que es el mejor en estos momentos. Pero vamos a lo mío. Viendo estos partidos te das cuenta de que, para poder llegar a la cumbre en cualquier materia, parte viene en tu ADN y lo traes de nacimiento, ya que el que estés dotado para un trabajo intelectual o físico, te da claras ventajas de cara a tu futuro, pero a nadie se le oculta lo que está detrás de estos fenómenos que llegan a la cúspide. Horas de esfuerzo, renuncia a muchos caprichos, fortaleza mental para saber controlar lo que debes hacer, o no, en determinados momentos, saberte rodear de los mejores, etc. etc. El que piense que lo tiene todo hecho sin aportar de su parte todo el esfuerzo que pueda, lo tiene crudo. Cierto es que puede haber mucha gente que no quiera esforzarse, pero que luego no derive en los demás su propia incompetencia. Ver una final de Roland Garros, como las de otros campeonatos del Grand Slam, tiene también otra lectura, cómo se respetan los jugadores al final del partido, ganen o pierdan, la elegancia con la que se refieren los unos a los otros en sus palabras finales. También pueden algunos decir que hay un cierto punto de hipocresía en las mismas y que puede que el perdedor tenga ganas de soltar adrenalina y que se tenga que morder la lengua, pero todo forma parte de algo importante en las relaciones humanas, respetar el Protocolo. Un buen amigo, antropólogo, dice que las diferencias que la Ciencia ha descubierto que existen entre los humanos y el chimpancé, es que el humano tiene 46 cromosomas, mientras que el chimpancé tiene 48. Pero que él prefiere una explicación menos científica, estableciendo que la diferencia fundamental entre ambas especies es que el humano tiene y respeta el Protocolo (Para ello bastaría con seguir las normas de cortesía, respeto y cordialidad de la cultura en la que vivimos). Así que ya saben, si no quieren ser un chimpancé, esfuércense un poco y respeten el Protocolo.
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