
Por Juan Ignacio de Mesa
Publicado en La Tribuna de Toledo el 28 de noviembre de 2022
Escribir con un procesador de textos tiene enormes ventajas. Te señala los posibles errores cometidos al escribir, dado que casi todos los procesadores tienen un corrector ortográfico. Yo escribo con el Word de Microsoft. Tildes, comas, resalte de frases, palabras…. Según vas utilizando el procesador, más cómodo te encuentras y eso tiene el peligro de que te relajes y dejes todo en manos del corrector. Y así nos va.
En la última semana he metido la pata en tres escritos, que yo me haya dado cuenta. La confianza, puede ser la perdición que te haga caer, una y otra vez en el error. Y no digamos si se te ocurre recurrir al dictado para que sea Word quien escriba por ti. Hagan ustedes la prueba, digan al micrófono de su ordenador ‘ahí hay un hombre que dice ay’. Si no han actualizado el software del programa, este puede hacerles cualquier jugarreta que les haga quedar como analfabetos funcionales. Pero lo peor es lo que nos pasa cuando queremos tratar de un asunto de los que no encajan en lo políticamente correcto. Si te separas de la versión ‘oficial’ puedes ser condenado a galeras.
Los de mi generación vivimos una juventud sometida a la censura previa. A tal extremo, que, para poder comprar la revista Triunfo, o Cuadernos para el Diálogo, un grupo de toledanos constituimos una sociedad ‘Fomento Cultural, S.A.’ (FOCUSA) para poder abrir una librería que distribuyera en Toledo dichas revistas, así como libros que no venían por los canales normales de distribución. Hoy, ya no hay censura previa, hay libertad de expresión absoluta, pero es únicamente a efectos formales.
En paralelo con el ‘corrector ortográfico’ de los procesadores de texto, se está imponiendo una autocensura mucho más peligrosa que la antigua ‘censura previa’. Me asusta ver como se impone lo ‘políticamente correcto’. Ahora se condena al ostracismo al que disiente de la línea oficial.
La Ciencia y las Artes han avanzado por la fuerza de aquellos que han abierto líneas nuevas de investigación. Deberíamos recordar los casos de Servet o de Galileo. A Servet le quemó Calvino, Galileo salió mejor librado retractándose de su teoría mientras murmuraba su «y sin embargo se mueve». Hoy hay muchos calvinos y savonarolas que detentan asientos de poder. Me temo que los nuevos correctores ortográficos eliminarán lo ‘políticamente incorrecto’.
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