
Por Antonio Marco
Publicado en El Decano de Guadalajara el 11 de febrero de 2025
Los historiadores de la Antigüedad nos presentan a la mayor parte de los emperadores de la Roma antigua como monstruos inhumanos autores de los mayores crímenes. Hace tiempo que esta historia está en revisión y sin negar la existencia de hechos execrables aconseja prudencia para comprender mejor unos hechos en cuya descripción ha influido sin duda el interés del historiador antiguo, que además ha escrito generalmente unos cuantos decenios o siglos posteriores al biografiado.
Ya desde antiguo también entre los numerosos emperadores criminales se exceptúan unos pocos, en concreto cinco, a los que el famoso historiador inglés Edward Gibbon etiquetó para la posteridad como «emperadores buenos». Pertenecieron todos a la dinastía Flavia, gobernaron del año 96 al 180 y dos de ellos eran hispanos o de origen hispano, de Itálica en concreto: Trajano y Adriano. Otro se llama Antonino Pío, es decir, el piadoso, y otro es el famoso Marco Aurelio, el emperador filósofo estoico que escribió unas reflexiones o consejos que siguen siendo hoy de gran utilidad porque nos enseñan a soportar las dificultades de la vida, que suelen ser muchas. El primero, Nerva, anciano ya cuando lo nombraron, apenas si gobernó un año.
Trajano y Adriano fueron, pues, emperadores buenos, no exentos de algún episodio bélico de gran violencia y algunos hechos que hoy no superarían los estándares de lo política y humanamente aceptable. De los dos el mejor fue Trajano (53-117), al que los propios romanos le llamaron “optimus princeps”, el mejor de los príncipes, el mejor de los emperadores. La vida y hechos de Trajano los conocemos sobre todo por la historia de Dion Casio, que vivió entre los años 155 y 235, y por Plinio el Joven, siete u ocho años más joven que Trajano, que lo nombró cónsul y gobernador de Bitinia. Al emperador le escribe Plinio varias cartas, una de ellas muy famosa porque le pregunta cómo ha de tratar a los cristianos, que están creciendo mucho y no dejan de ocasionar problemas. Trajano le exige prudencia y buen trato, no ir a buscarlos, dejarlos vivir tranquilos y solo en caso de pertinacia que genere problemas de orden público deberá aplicar justicia con dureza. Plinio escribió también un Panegírico o elogio o encomio de Trajano en agradecimiento por su nombramiento como cónsul que leyó en el Senado. Un panegírico es un escrito o discurso laudatorio en el que con frecuencia se exageran las virtudes del sujeto, a veces sin contención alguna e incluso cayendo en el ridículo. Plinio canta todas las virtudes imaginables de Trajano como gobernante y como persona. La conclusión de todo ello es que Trajano fue un extraordinario general, un extraordinario gobernante, un extraordinario y justo jurista, un extraordinario y empático ciudadano y siempre compasivo; también lo fue su esposa Plotina, que sin tener ninguna relevancia pública, era tan mesurada y buena como su marido.
De él se cuentan numerosas anécdotas que siguen teniendo hoy en día alto nivel educativo, sean exactamente auténticas o un tanto exageradas e inventadas; solo destacaré la atención y preocupación que demuestra por los niños romanos necesitados y su futuro. Sin duda resultará interesante y hasta emocionante incluso hoy para cualquier ciudadano sensible actual conocer la atención que Trajano exige aplicar a quienes están llamados a ser los futuros ciudadanos romanos, futuros servidores de su patria como soldados o con sus impuestos y con derechos muy superiores a los del resto de habitantes del imperio. Comentaré un solo detalle. En varias ocasiones Trajano y otros emperadores concedieron al pueblo una donación ocasional de alimentos o de dinero que se llamaba ‘congiario o liberalidad’; con ello sin duda trataban de granjearse el favor del pueblo y reforzar la relación con los ciudadanos. A Trajano le molestaba que en esas ocasiones un tumulto de niños pedigüeños, preparados por sus padres al efecto, acudieran en turbamulta infantil y le rodearan para pedir una ayuda, una limosna. Trajano cree que esas formas le degradan a él como poderoso y a los propios niños que han de ser ciudadanos del país más poderoso y en consecuencia decide que esos niños necesitados sean inscritos previamente entre los que han de recibir el congiario o ayuda pública del emperador. Plinio nos dice en su Panegírico: «Esa es la primera voz de los pequeños ciudadanos que ha llenado tus oídos; al darles alimentos les diste ante todo el favor de no tener que pedirlos» y poco después nos informa de que así los padres se animaban a tener hijos sin estar preocupados por lo que el futuro les deparará sabiendo que el emperador los asistiría; poco más adelante nos precisa: «Señores senadores, poco menos de cinco mil hijos de ciudadanos fueron los que la liberalidad de nuestro príncipe buscó, encontró y registró». Hay muchas más anécdotas que ilustran las virtudes y compasión del emperador.
Así que Trajano fue un buen emperador y una compasiva persona, tanto que existe una extendida leyenda medieval, infundada naturalmente, que lo hace cristiano y lo sube al cielo gracias a la intercesión de san Gregorio Magno.
Mientras tanto estos días nos hemos enterado de que el moderno emperador Donald Trump, del imperio de los Estados Unidos de Norteamérica, después de una obscena toma de posesión en el Capitolio de Washington, rodeado de los individuos más ricos del planeta, modernos plutócratas, acudió al templo, a la fastuosa catedral protestante de Washington, a dar gracias a dios todopoderoso, por la victoria conseguida. Ya nos ha dicho el propio Trump que él es un elegido de Dios; probablemente él también se cree un dios que puede hacer y deshacer lo que quiere. Pues bien, en el templo, en el que se celebraba el Servicio Nacional de Oración, se encontró con la obispa Mariann Edgar Budde dirigiendo los oficios religiosos. Esta obispa, título y función que habrá golpeado en los oídos a muchos católicos de esta latitud hispana en la que parece muy lejano el día en el que exista una obispa católica, pronunció unas palabras, como suelen hacer los pastores de todas las religiones, dando consejos de buen vivir y buena fe religiosa. Le dijo algo que sin duda no esperaba oír el endiosado Trump. Le pidió al presidente, acompañado de su vicepresidente J.D. Vance, que fuera misericordiosos con los necesitados, con los inmigrantes a quienes criminaliza y persigue sin piedad y de manera especial con los niños, que no son culpables de nada sino inocentes y con los LGTBI. Le dijo textualmente:
«Permítame hacer una última súplica, señor presidente: millones han depositado su confianza en usted y, como le dijo a la nación ayer, usted ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro señor, le pido que tenga misericordia con la gente de nuestro país que tiene miedo». Luego dijo que hay «niños gay, lesbianas y transgénero en miles de familias que son demócratas, republicanas e independientes. Algunos temen por sus vidas», y añadió que los inmigrantes que llegan a Estados Unidos de forma ilegal, «no son criminales, ya que pagan impuestos y son buenos vecinos, además de miembros fieles de las iglesias, mezquitas y sinagogas».
Es precisamente la referencia a los niños la que me ha recordado la actitud y los hechos referidos del emperador Marco Ulpio Trajano, que muy probablemente nació en España, entonces Hispania. He sentido verdadera pena: dos mil años distancian a un gobernante de otro, al que ha pasado a la historia como el «optimus princeps» y al que con toda seguridad pasará al recuerdo como el más egoista y menos compasivo de los presidentes del país más poderoso del planeta, que ciertamente aguantó el chaparrón de la obispa en silencio esquivando despectivamente la mirada, sin duda sorprendido por la osadía de la pastora; luego Trump le exigió disculpas y escribió en su plataforma social Truth Social: «La llamada obispa que habló en el Servicio Nacional de Oración el martes por la mañana era una radical de izquierda que odiaba a Trump». «Tenía un tono desagradable y no era convincente ni inteligente». E inmediatamente, mientras tanto, terminaba con los programas de ‘Diversidad, Igualdad e Inclusión’ porque según él son discriminatorios y profundamente degradantes.
Casualmente ha caído bajo mi ojo lector una entrevista del año 2024 a Roberto Sáez, autor de la obra ‘Prehistoria y origen de la compasión’ en la que afirma que hace al menos un millón de años nuestros antepasados ya tenían sentimientos y comportamientos compasivos y hace referencia a un fósil de Homo ergaster de hace1,6 o 1,7 millones de años que sufrió una enfermedad ósea que solo pudo curar gracias a los cuidado de otro miembro del grupo; y otra referencia a la Sima de los Huesos y a la Benjamina, el fósil infantil de niña más joven de Atapuerca en la provincia de Bugos, del Pleistoceno Medio, hace unos 400.000 años, con una malformación congénita en el cráneo, que solo pudo subsistir hasta los nueve o diez años gracias a los cuidados del grupo y colectividad en la que vivía.
No me dirán, amables lectores, que no es mala suerte que a nosotros, ciudadanos actuales de este mundo, nos vaya a tocar convivir con un presidente megapoderoso de inaudita crueldad para con los pobres que cree que la compasión es debilidad. Sigo pensando que la situación es reversible y que el futuro, ni siquiera el inmediato, está definitivamente escrito. We can.
Antonio Marco. Catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.
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