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Ni nos arrebataron ni nos arrebatarán la esperanza y la ilusión
Publicado por Antonio Marco 
el 7 de noviembre de 2024
Mural Don Quijote Pablo Picasso

Por Antonio Marco

Publicado en El Decano de Guadalajara el 6 de noviembre de 2024

Desde que todos los males salieron en tropel de la caja, jarra o tonel, de Pandora por la incontinencia e imprudencia de Epimeteo y se esparcieron entre los hombres como castigo de los dioses por nuestra soberbia y por el mal uso de las propias habilidades con que Zeus dotó a los hombres para vivir en una sociedad armónica y tranquila, se acabó para la humanidad la inicial época de felicidad terrenal. Solo quedó en la caja o tonel la esperanza y a ella nos agarramos frecuentemente los hombres.

Hay momentos en los que los males se nos vienen encima de manera silenciosa y pausada y otras en las que nos caen en tropel con mucho ruido y abundancia. El momento en el que vivimos parece ser de estos últimos para muchos compatriotas; todo o gran parte del edificio social y cultural parece venirse abajo, sin que a esa apariencia sea ajeno el permanente bombardeo de los medios de comunicación, los mass media más poderosos que nunca y las redes sociales, universales y usadas por millones de personas con carencia frecuentemente de todo sentido crítico y a veces ético, que se regodean en los males con olvido de los bienes o incluso buscan conscientemente crear un ambiente general de inseguridad, de preocupación, de negatividad, opacando al buen periodismo que a duras penas logra subsistir.

Es verdad que no faltan motivos graves y serios para ello. Uno es, sin duda, la existencia de numerosas guerras en todos los continentes, expresión perfecta de la autodestrucción y contradicción humana: el hombre, orgulloso de su ser racional, pretende arreglar las diferencias con la violencia mortífera propia de las bestias. Algunas guerras son especialmente importantes y dolorosas porque nos afectan muy cercana y directamente, como la de Oriente Próximo con la destrucción sistemática de la franja de Gaza y el pueblo palestino y la escalada creciente del conflicto entre judíos y grupos palestinos, países musulmanes y facciones terroristas hasta hacer posible un enfrentamiento nuclear, y la guerra de Ucrania en nuestras fronteras, en la propia Europa, ocupada en parte por una Rusia que volvemos a considerar enemiga de Occidente, con peligro también de guerra nuclear. En ambos conflictos, desde mi punto de vista, la Unión Europea, con importantes problemas de coherencia interna, no ha estado en el pasado próximo ni está tampoco ahora a la altura de las circunstancias con una intervención propia enérgica y diferenciada. Ingenuamente creíamos que las guerras en Europa resultarían imposibles después de las experiencias de las dos últimas ‘guerras mundiales’.

No es menor el mal que no deja de extenderse del avance de las posiciones ideológicas y políticas de ultraderecha, trufadas siempre de racismo y totalitarismo fascistoide. También esto nos parecía ingenuamente imposible después de la destructora experiencia de la primera mitad del siglo XX, particularizada además en España por una guerra civil de casi tres años de duración y muchos más de postguerra cruel sin libertades, algunos de cuyos efectos no dejan de estar presentes y desaparecer definitivamente. El auge de la ultraderecha, minusvalorado o aceptado ahora con cierta normalidad por muchas personas, amenaza y pone en cuestión la etapa de la historia más justa y humana, al menos en Europa y en el mundo occidental con repercusión en todo el planeta, la de la socialdemocracia y la creación del ‘estado de bienestar’ con indudables avances en el reparto de la riqueza de los pueblos.

Este triunfo no es en realidad sino el del neoliberalismo económico, que todo lo reduce a dinero, al valor material de las cosas y cuya única razón de existir es la lucha por la acumulación de riqueza por quien sea capaz de ello con los medios de que disponga sin límite alguno. De ahí surgen las propuestas de buscar la confrontación con el propio Estado regulador en sí y con cualquier medida de limitación a su ambición absoluta proponiendo el ‘estado mínimo’ que armonice la vida de la sociedad. Este liberalismo es muy distinto del propuesto por Jeremy Bentham y John Stauart Mil, sus creadores frente a un estado que todo lo invada. Como consecuencia, el reparto de la riqueza del planeta es absolutamente desigual, coexistiendo fortunas personales o societarias inmensas, mayores incluso que los presupuestos de muchos estados, con pobreza inhumana para grandes sectores de la población. Esta situación resultará, no tardando, incompatible con la existencia pacífica de una sociedad mínimamente justa y cohesionada, como la Historia de la humanidad nos enseña.

A todo ello colabora la pérdida o o minusvaloración de la racionalidad, del interés por la verdad, sea la que proporciona la ciencia o el estudio riguroso de la historia o la filosofía lejos de toda mitificación, o la obligación de transmitir los hechos como son y no divulgar y generalizar noticias falsas, mentiras, fake news en la lengua del imperio que se va imponiendo.

Asimismo la práctica y comportamiento egoísta y corrupto de responsables políticos, elegidos para mayor dolor en un sistema democrático, a los que los partidos políticos no logran erradicar absolutamente, no pueden sino ahondar el sentimiento de engaño y desamparo del ciudadano.

A nadie deberá extrañar que con este entorno la moral personal y colectiva, el comportamiento ético compatible con el necesario humanismo, también con el humanitarismo, de una sociedad estructurada y pacífica, no estén absolutamente generalizados sino ausentes en muchas ocasiones.

Todo esto produce un impacto doloroso en muchos ciudadanos, de manera muy especial en quienes nos ha tocado vivir en nuestra juventud una situación anterior bien distinta de la de ahora de nuestros hijos y nietos, que fue la de luchar contra una dictadura y trabajar para asentar las libertades. Por ello nos desconcierta y duele inmensamente la ignorancia e incomprensión de las generaciones jóvenes, como la de nuestros hijos, de la radical evolución de nuestros país, que hizo una transición pacífica, modélica e incluso nunca imaginada de una larga y cruel dictadura a una democracia moderna. Ello no significa que la transición fuera fácil ni absolutamente pacífica; en los estertores del franquismo se produjeron episodios de enorme crueldad, con represión y numerosas penas de muerte incompatibles con un estado moderno, con grupos fascistas actuando violentamente y con centenares de crímenes de la banda terrorista ETA, que actuaba con más crueldad precisamente cuando más se avanzaba en el logro de las libertades.

Si a todo ello se nos añaden catástrofes naturales nunca vistas en nuestro país como la destructiva y mortífera dana de lluvias torrenciales que matan a centenares de personas y destruyen todo lo que encuentran a su paso que afecta a toda España, especialmente a la fachada mediterránea, parece indubitable la venganza cruel de Pandora esparciendo sus males y se agudiza el sentimiento de incapacidad y destino fatal del que no podemos librarnos, olvidándonos de nuestro pretencioso enfrentamiento a una poderosa naturaleza y la colaboración en el desastre por acción u omisión.

La llegada natural y cíclica del otoño, que anuncia el próximo invierno con sus largas noches por la  disminución de la luz y del calor del Sol tan necesarios para nuestra propia vida feliz, y alguna situación personal no deseada, abundarían en el mismo efecto descorazonador.

Estas reflexiones tan generales y comunes, siempre presentes o recurrentes con mayor o menor insistencia en los últimos tiempos, se me han reavivado con la lectura incontenida del libro de quien fuera Presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, titulado ‘Un militante de base en (la) transición’. En este interesantísimo libro, muy bien escrito, Barreda nos relata su experiencia personal como joven estudiante comprometido con el final de la dictadura de Franco y el no fácil alumbramiento de la democracia de la que hoy disfrutamos. Muchos de los momentos y circunstancias que en él describe con pasión, inteligencia y documentación, los vivimos también muchos miles de jóvenes estudiantes primero y luego incipientes profesionales; algunos empezamos a militar en partidos políticos e incluso asumimos responsabilidades políticas de más o menos importancia. José María Barreda desempeñó numerosas de estas responsabilidades, la más importante la de la Presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha durante dos legislaturas.

Pues bien, cuando se oyen con estupor afirmaciones y opiniones que no solo no valoran positivamente lo que fue la transición sino que incluso hacen una crítica ácida y destemplada de aquel modélico proceso de ‘transacciones’ entre unos y otros para hacer posible la deseada pero nada fácil ‘transición’ de una larguísima y cruel dictadura con negación de todas las libertades y ningún respeto por las personas, su dignidad y su diversidad, a un sistema político democrático homologado con los países europeos basado en el estado de derecho y respeto a los derechos de las personas, el libro y pensamiento de un historiador y político que tuvo grandes responsabilidades de gobierno, nos sirve para reafirmarnos en la importancia de lo vivido y en la posibilidad real de hacer siempre mejor las cosas. La transición fue un éxito, un gran éxito colectivo de un país que ansiaba libertad. Así empieza precisamente el libro de José María Barreda y la exposición de esa tesis es precisamente su intención: «… la transición fue un éxito democrático en la historia de España… Tal vez no fuera perfecta, todo es perfectible, pero fue sin duda muy útil: una operación política que permitió pasar de una dictadura a una democracia…».

Quienes ahora, sin haber vivido o conocer con profundidad aquellos momentos, niegan el éxito de aquel proceso para contribuir también al desconcierto e inseguridad social del momento, quienes cuestionan las bondades de nuestro sistema democrático aprovechando la verdad y la mentira, en realidad lo que añoran o desean es un estado autoritario donde una minoría imponga sus ideas y deseos a la mayoría de ciudadanos que en una democracia son quienes tienen el poder de decisión.

Así que en momentos de menor seguridad podemos pensar que no faltan motivos para el desánimo y la desesperación, pero en realidad también hay motivos para la esperanza, que no nos fue arrebatada. Frente al incomprensible atractivo que la violencia y la guerra tienen para muchas personas podemos oponer una permanente educación para la paz, la tolerancia y la empatía. Frente al desprecio de la razón y la verdad y la manipulación de los mentirosos, siempre se podrá educar y formar en el espíritu crítico de la inteligencia. Frente a la ideología del egoísmo, la desigualdad y la debilidad de la sociedad, podremos oponer la necesidad, avalada por la historia, de la empatía, la igualdad, la democracia y la preeminencia del bien común porque las personas compartimos una misma humanidad. Frente a las acciones violentas de la naturaleza, podemos corregir en alguna medida el comportamiento humano irresponsable con la naturaleza y en todo caso, aunque débiles e incapaces frente al huracán o la dana, podremos mejorar el conocimiento, la prevención y la reacción. Frente a la elección de dirigentes y políticos ineptos y corruptos, podremos acertar mejor en nuestra elección y ser absolutamente intransigentes con el engaño. Frente a los que desconocen la historia y el pasado, siempre podremos oponer el estudio y el conocimiento de lo ocurrido.

No soy ni un conformista ni un ingenuo optimista, pero mantengo la esperanza de que el mal no solo no es inevitable sino que las cosas siempre pueden mejorar si todos colaboramos para ello y no dudamos en enfrentarnos pacíficamente al mal.

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