Publicado el 7 de junio de 2022 en El Decano de Guadalajara
Por Antonio Marco. Fotografía del encabezamiento por Víctor Corral.
Hace escasos días asistíamos eufóricos los madridistas y no madridistas, vía telemática unos, presencialmente en París los menos, al triunfo de una de nuestras “escuadras, legiones, equipos”, en el difícil campo europeo de competiciones balompédicas: nuestro reiteradamente victorioso Real Madrid doblegaba con un soberbio golazo a la legión contraria, procedente de la siempre “blanca y rubia, a veces pérfida, Albión”, el Liverpool Football Club. Millones de madridistas vivieron con emoción el encuentro, también millones de liverpulienses, si ese es el gentilicio de los forofos del Liverpool. Las crónicas propagandísticas hablan de ciento noventa millones de posibles espectadores (190.000.000) en todo el mundo, convertido en este caso en estadio global.
Si el partido en sí fue tenso y emocionante, lo que realmente me impresionó fue el regreso y recibimiento a la vuelta de la “legión, escuadra, equipo” a la madre patria: muchos miles de espectadores esperaban exultantes en el campamento propio, en el estadio Santiago Bernabeu, y más millares se alineaban a lo largo del mítico recorrido de la “via triumphalis, via sacra matritensis”, que condujo a los vencedores desde el templo sagrado de la Virgen de la Almudena, patrona de la ciudad de Madrid, a la plaza y fuente de la antiquísima diosa oriental y mediterránea Cibeles, majestuosa en su carro tirado por leones, pasando antes por el palacio cívico regional de Puerta del Sol, a cuyos pies se encuentra el kilómetro áureo 0 (cero), origen de todas las vías nacionales que parten como flechas a todos los extremos de la península, a semejanza del antiquísimo “milliarium aureum” de Roma del que partían todas las vías romanas hasta perderse en los confines del grandioso Imperio Romano (todos los caminos conducen a Roma,) deteniéndose también en el no menos grandioso palacio del “municipium matritense”, el ayuntamiento de la villa existente al menos desde la Edad Media, para finalizar el desfile triunfal en el campamento y sede estable del Santiago Bernabéu.
Este grandioso desfile y espectáculo sólo tiene parangón y semejanza con la famosa ceremonia del “triunfo” romano, con la que se premiaba la acción victoriosa extraordinaria del imperator o general, que con sus esforzados, aguerridos y bien entrenados soldados, los legionarios, había machacado al adversario con una victoria contundente. En la ceremonia, el general, ataviado casi como un dios, ascendía por la “via sacra romana” a través del grandioso Foro a la colina capitolina para ofrecer su victoria a Júpiter, supremo dios romano, sedente en su grandioso templo.
Pasados muchos siglos, la escuadra matritense balompédica ofrece también su triunfo obtenido agónicamente frente a los bárbaros extranjeros a los superiores seres divinos, que ahora son dos, porque junto a la cristiana Virgen de la Almudena, acompañada por el vistoso y hierático cortejo de sus ministros, sacerdotes y obispos, es necesario ofrecer la copa a la antiquísima diosa oriental, procedente de Frigia, Cibeles, la diosa madre de la naturaleza, la dea mater, asentada en Roma y en su imperio.
Alguna semejanza encuentro también con la procesión de las “Panateneas”, famosa en todo el mundo helénico antiguo, en la que también a lo largo de la “via sacra atheniensis”, la vía Panatenaica, un cortejo de jóvenes muchachas en procesión ofrecían un Peplum o manto a la diosa Atenea Parthenos (virgen significa la palabra), que habitaba el grandioso templo del Parthenon, del que tan solo queda parte del esqueleto en la Acrópolis de Atenas y numerosos frisos en el Museo Británico de Londres, fruto de la labor rapiñadora del inglés Lord Elgin. En la ocasión del desfile madrileño, lo que ofrecen los futbolistas a la diosa Cibeles es una bufanda o paño con los colores del equipo, que coloca el capitán sobre su cabeza y hombros.
Confieso que no solo el triunfo de los compatriotas sino la subsistencia y persistencia de tantos elementos antiguos me levantó un tanto la moral propia, alicaída por la devastadora decisión ministerial y parlamentaria de reducir la cultura clásica y el latín a la mínima dimensión en los estudios de nuestros jóvenes estudiantes de Secundaria y Bachillerato.
Pensé con resignación que se podrá dificultar el estudio del Latín en Secundaria o Bachillerato, pero será imposible erradicar la forma evolucionada de la lengua de los romanos, que en nuestra patria se llama español o castellano; otra variante de la lengua de los romanos en nuestra península es el catalán y por muchos elementos diferenciales que los más nacionalistas intenten encontrar, todos nuestros antepasados hablaron latín y todos nosotros lo seguimos hablando. Se podrá eliminar la “cultura y civilización clásica” de los planes de estudio, pero no se podrá erradicar de nuestra esencia porque esa cultura y forma de vida es la nuestra. Por eso seguimos ahora, entre otras muchas cosas, celebrando los triunfos y recorriendo las “vías sagradas” en procesión multitudinaria para ofrecer nuestros triunfos a las divinidades.
Por cierto que el trofeo que reciben los vencedores es lo que el vulgo y las federaciones del deporte llaman “copa” y que en realidad no es por su forma y dimensiones sino una “crátera” griega clásica, vaso de grandes dimensiones que utilizaban los antiguos para mezclar el vino con el agua en la mejor proporción para consumir en el banquete.
No deja de ser una curiosa coincidencia también que el tribuno o capitán de la escuadra madridista se llame Marcelo, nombre de una de las más importantes familias romanas antiguas. Lo que ya no puede ser una mera coincidencia sino algo decidido y querido por los dioses, los de antes y los de ahora, es que el autor del pelotazo, del gol, se llame Vinicius, sic, así, con su propia terminación latina de la 2ª declinación. ¿Quién de nuestra generación no recuerda a Marcus Vinicius, personaje principal de la novela Quo vadis, que convertida en película de éxito nos es ofrecida puntualmente todas las Semanas Santas? Por cierto que tanto Marcelo como Vinicius son latinos, hispanolatinos y también Ancelloti, el entrenador, el mister del Real Madrid, es latino o romano por derecho de nacimiento, ya que nació en Reggiolo,municipio italiano de la provincia de Reggio Emilia, en la región de Emilia-Romaña.
No obstante, en todo este complejo asunto hay dos cuestiones que me siguen inquietando intelectualmente: ¿Cómo es posible que después de dos mil años de dominio general y absoluto del Cristianismo como religión de Occidente, masas multitudinarias de ciudadanos enfervorecidos acompañan a los héroes victoriosos a los pies de la Virgen de la Almudena y a los pies de la diosa pagana Cibeles, señora de la naturaleza, dea mater, sentada en su carro tirado por leones? Se podrá banalizar considerando que La Cibeles es un mero punto de encuentro, como en otras ocasiones es Neptuno, unos pocos metros más al sur. Cierto, así es. Pero ¿cómo y por qué perviven estos y otros muchos elementos religiosos paganos en nuestra forma de vida actual?
La segunda cuestión realmente compleja, no resuelta por numerosas escuelas, autores y estudios de sociología y de psicología social, es: ¿cómo es posible que tantos miles de seres individuales y únicos se agrupen en multitudinarias masas fanáticas de seguidores, perdiendo sin reflexión su identidad individual e identificándose con el conjunto poco definido, mediante la fuerza aglutinante de elementos de una asombrosa simplicidad, tales como colores primarios, camisetas, meras interjecciones, gritos desgarrados, cantos, himnos, símbolos, banderas? ¡GOOOOOL! es el talismán y la palabra mágica que todos desean gritar a pleno pulmón como síntesis orgásmica de todo evento futbolístico. Sin duda, en el fondo, no somos ni tan individuales ni tan únicos y sí muy necesitados del grupo para definir nuestra identidad.
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