Por José María Barreda
Publicado en La Tribuna de Ciudad Real el 22 de mayo de 2023
Acabo de recibir la noticia y estoy desolado. Manolo Espadas fue para mí mucho más que mi maestro, fue la persona que me abrió sus brazos y me ofreció su amistad al mismo tiempo que me dirigía la tesis doctoral en el viejo caserón del Instituto de Historia del CSIC de la calle Medinaceli. Allí, por el «efecto llamada» de Manolo, coincidí con algunos manchegos como Jerónimo López Salazar y Juan Manuel Carretero, que fueron después catedráticos de Historia Moderna. También con Juan Sisinio Pérez Garzón, a quien dirigió la tesis, como en mi caso, sin prejuicios ideológicos, pues bien sabía él, humanista liberal, por donde respirábamos nosotros en aquellos primeros años de los 70. Sisinio pasó de becario a brillante catedrático de Historia Contemporánea de la UCLM. Ya entonces, en las tertulias en el «Jerónimo Zurita», nombre del Instituto del CSIC, empezamos a «dibujar» la que luego, con la Autonomía de Castilla- La Mancha, sería nuestra Universidad. Manolo dirigió también la tesis a Francisco Alía, catedrático así mismo de Historia Contemporánea de la UCLM y, sin duda, uno de los mejores conocedores del pasado reciente de Ciudad Real. Dirigió muchas otras tesis, por eso es merecedor del título de maestro de historiadores. Manolo era tan buena persona que todos sus discípulos, además de tenerle respeto intelectual, le teníamos mucho cariño.
Manuel Espadas dirigió la revista Hispania y, además de ocuparse de orientar a «aprendices de historiadores», realizó una labor historiográfica muy notable cuya cita completa resultaría excesivamente larga en estas palabras de recuerdo, mencionaré sólo su libro sobre Alfonso XII y los orígenes de la Restauración y, por su vinculación con nuestra ciudad, su labor de coordinador de una magnífica Historia de Ciudad Real.
Manolo ejercía de manchego y siempre que sus paisanos le pedíamos algo era extraordinariamente generoso con su tiempo ayudando en todo lo que podía. Su vinculación con la cultura de la provincia le llevó a aceptar la presidencia del Instituto de Estudios Manchegos donde hizo una notable labor. Cuando ingresé en el IEM me apadrinó y fue el encargado de hacer el discurso de contestación, lo que hizo con un exceso de generosidad que le agradecí mucho.
Con su experiencia, también ayudó con sugerencias y observaciones en los momentos germinales de la creación de nuestra universidad, de la que formó parte de su Consejo Social. Recibió la Medalla de Oro de la institución y fue nombrado Doctor Honoris Causa, en cuya ceremonia tuve el honor de hacerle la laudatio.
Cada vez que tenía ocasión, se «escapaba» a su casa de La Atalaya donde ejercía de anfitrión ameno y divertido acompañado siempre por Nunci, su mujer y compañera de vida. Recuerdo las veladas de navidad en torno a la chimenea, junto al Belén que todos los años montaba con una gran ilusión, hablando del pasado y, como buen historiador, y no es un juego de palabras, del presente y del futuro. Aprendí de él a respetar las ideas de los demás y cuando no se está de acuerdo con ellas a intentar rebatirlas con argumentos y razonamiento, nunca con exabruptos e insultos. Daba ejemplo con su espíritu abierto, dialogante y tolerante.
Durante la pasada pandemia sufrió un duro golpe con el fallecimiento de Nunci. Creo que los efectos de ese golpe han durado hasta su fallecimiento pues para él ella, con su simpatía y energía inagotable, era una extraordinaria compañera intelectual, personal, vital: el amor de su vida. El vacío fue demasiado grande.
Después de dirigir el Instituto de Historia del CSIC, durante varios años dirigió la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma donde dejó su impronta de intelectual y buen gestor. Durante su estancia en «la ciudad eterna», escribió un sugerente libro titulado Buscando a España en Roma, que tuve el honor de prologar, imprescindible para entender esa fascinante ciudad en clave española siguiendo las muchas huellas hispanas que se mantienen en la ciudad desde hace siglos. Es un libro producto de una rigurosa investigación que al tiempo resulta muy ameno.
Nunci y Manolo nos invitaron a mi mujer y a mí a su casa romana y tuvimos el privilegio de conocer una de las ciudades más bellas del mundo guiados por dos extraordinarios cicerones que nos la enseñaron en profundidad mientras aprendíamos y nos divertíamos con ellos. Una experiencia inolvidable.
Tampoco podré olvidar cuando, con ocasión del IV Centenario de la publicación de El Quijote, Manolo, como presidente de la Escuela Española, organizó junto a la Embajada y la RAI una lectura pública de la obra de Cervantes en el espacio espectacular de la colina del Campidoglio con la asistencia del alcalde de Roma, Walter Veltroni.
Pero por encima de todos sus méritos académicos y distinciones honoríficas todos los que le conocimos y tratamos lo recordaremos siempre como una excelente persona de una gran categoría humana.
Mis últimas palabras de este apresurado recordatorio son para sus hijos y su hija que no necesitan que nadie les diga que tuvieron unos padres maravillosos a quienes todos queremos y recordaremos. Como escribían en la antigua Roma: Que la tierra le sea leve.
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