Publicado en El Decano de Guadalajara el 10 de abril de 2023
Por Antonio Marco
El lilo ya ha florecido y esparcido su perfume delicado por el jardín, las primeras hojas del tilo se anuncian con fuerza incontenible, al laurel, siempre verde, no le cabe una flor más. La primavera ha venido. Aunque mitigada su diferencia por este tiempo tan raro, los equinoccios y solsticios nos siguen imponiendo su división del año solar en cuatro estaciones. Probablemente sean, al menos en nuestras latitudes, el verano y el otoño los menos diferenciados, pero el solsticio de invierno, celebrado con las fiestas de Navidad y año nuevo y la primavera con la Semana Santa, tienen una incidencia enorme en nuestros ritmos y ciclos de vida. Sin duda la luz, el sol, es el responsable de la muerte aparente y resurrección de toda la naturaleza. Porque esto es lo que apreciamos y vivimos en estos días: cómo la vida explosiona en primavera y cómo lentamente se va consumiendo en el otoño e invierno para volver a surgir de lo profundo de la tierra y reverdecer de nuevo.
El asociar este vivir, morir y revivir de la naturaleza con el ciclo de la vida de los hombres fue el hallazgo feliz de las llamadas religiones de misterios, que creen que el hombre también nace, vive y muere en este mundo, pero renacerá después en otra vida, naturalmente más plena y feliz que la terrena, siempre insegura. Así pensaban numerosas religiones en Oriente, en Egipto, en Grecia y Roma… El Cristianismo es una de ellas y acabamos de vivir estos “misterios” cristianos, concentrados en una semana, de una forma muy intensa en toda España, se crea o no se crea en estas cosas, y con una espectacularidad y colorido enraizados en la tradición, que atrae el interés y asombro de los ciudadanos, especialmente del turista extranjero.
Por una rara coincidencia veía yo en la televisión uno de estos días de Semana Santa, desde el cómodo sillón de mi salón, el paso de una procesión por las calles de Mérida, la ciudad fundada por los romanos en el año 25 antes de Cristo, para hacer más fácil la jubilación de sus soldados con los que habían terminado la conquista de la Península Ibérica. Colonia Emerita Augusta era su nombre, es decir, fundada por Augusto para sus soldados eméritos, que bien se merecían su descanso.
También por una rara coincidencia, la imponente cruz con Cristo en ella colgado, en su lenta procesión por las calles de Mérida aparece encuadrada en la pantalla a la altura de un bien visible letrero que dice PROSERPINA, y que sin duda es el nombre de un negocio o comercio de la ciudad actual. Quien haya estado en Mérida, visita siempre recomendable, conoce la presencia de todo lo antiguo romano en su vida de hoy. Proserpina, por ejemplo es el nombre del pantano que ya en la antigüedad suministraba agua a la ciudad. Pero, ¿quién era o es Proserpina?
Proserpina, o Perséfone en griego, era hija de la diosa madre Deméter, diosa de la verde naturaleza, de la fuerza vivificadora de los ciclos naturales de vida y muerte, diosa en consecuencia de la agricultura, identificada luego con la romana Ceres, de donde deriva cereal, nombre con el que designamos al grano constituido en alimento esencial de la humanidad.
En determinado momento, la joven muchacha Proserpina fue raptada por su tío el dios Plutón, el Hades griego, el dios del infierno, del mundo que está abajo, del inframundo, mientras estaba jugando con sus ninfas. Ciertamente, los dioses del panteón clásico eran con frecuencia poco ejemplares y abusaban de su enorme poder. Deméter, desesperada, la buscaba sin consuelo y mientras tanto la tierra interrumpió su ciclo de vida y crecimiento, y la tierra, estéril, no daba los frutos necesarios. Hades se negaba a devolver a la muchacha a la tierra, pero ante el desastre, que hoy llamaríamos ecológico, que se estaba produciendo, hubo de intervenir Zeus o Júpiter que obligó a Hades a devolverla a su madre, con la que pasaría seis meses al año, los otros seis en el inframundo. El mito, en este caso tan evidente, necesita poca explicación. La vida necesita la muerte para volver a la vida en un ciclo interminable. Esto es lo que conmemoraban los griegos en los famosos “misterios eleusinos”.
Por cierto, el próximo día 19 de este mes de abril se celebraban en Roma las fiestas Cerealia, dedicadas naturalmente a Ceres, la diosa romana identificada con Deméter, la diosa de la agricultura, de los cereales, como ya dije, la madre de Proserpina.
Que Cristo, dios de vida y muerte, que bajó a los infiernos para volver resucitado a la tierra, y Perséfone-Proserpina, diosa también de la vida y de la muerte que baja al infierno en invierno para volver en primavera, se encuentren todavía hoy, aunque circunstancialmente, en las calles de Mérida y la televisión capte el momento, tal vez no sea una coincidencia tan rara.
En el mundo existen actualmente unas 4200 religiones, todas con elementos muy semejantes y también con notables diferencias. En el mundo occidental son especialmente importantes el Cristianismo, el Islamismo y el Judaísmo; las dos primeras las más practicadas del planeta; las tres monoteístas, y por tanto con pretensiones de exclusividad en cuanto a la verdad de su dios. Las tres comparten en un inestable equilibrio la ciudad de Jerusalén como ciudad santa. Las tres tienen un largo historial de enfrentamientos ideológicos y bélicos de enorme crueldad. En este momento, en esta luna llena , primera después del equinoccio de primavera, que se celebra de manera tan especial, la tensión y violencia en Jerusalén y Palestina entre palestinos y judíos es máxima, con peligro de un inminente estallido como los producidos ya en otras múltiples ocasiones. No sólo hay motivos religiosos, desde luego, pero los dogmas impregnan toda la vida de estos pueblos y ayudan poco a la convivencia. Permítasenos a quienes sabemos que hemos de morir pero no tenemos ninguna seguridad de que hemos de resucitar, que seamos respetuosos con todas las religiones, si respetan los derechos humanos básicos, porque somos respetuosos con las personas y solo queremos la convivencia pacífica, pero también que no aceptemos dogmas y mitos religiosos tan semejante y contradictorios al mismo tiempo y tan enfrentados entre sí. Mientras tanto seguiremos disfrutando de los mitos clásicos en tanto en cuanto sean narrativamente hermosos y nos ayuden a comprender algunas cosas de nuestra vida y pasado.
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