Por Luis Arroyo Zapatero
Publicado en el Blog de Luis Arroyo Zapatero
El pasado domingo hable con José Luis tras de que me informara por el wasap que estaba hospitalizado para un arreglo de asuntos cordiales. “Ya ves, nunca he estado enfermo, y ha sido
jubilarme y al taller”. De inmediato intenté reducir su preocupación recordándole que yo llevaba
marcapasos desde que cumplí los dos primeros años de rector y le ofrecí uno de los ya sustituidos
que guardo en un cofrecito damasquinado, copia del que regalamos al Papa Juan Pablo II cuando
dignamente revestido acompañé a Don Marcelo a decir la primera misa en rito mozárabe tras los
ajustes postconciliares. Quedé en que le llamaría el jueves, al regresar de un viaje y por si seguía en la
UVI me dio el teléfono de su mujer, Bella, de la que dijo dos palabras bien bonitas que no logro recordar para repetírselas a ella. Pero el jueves llegó la fatal noticia.
Le había conocido el Logroño en una reunión de los becarios Humboldt que se coronó con su conferencia sobre la historia del vino de Rioja y la visita guiada a una bodega. En este punto era expresión del genius loci y representaba a la perfección el papel extraordinario que juegan en nuestras pequeñas universidades los profesores que a su ciencia añaden su pasión por la tierra y su historia.
El conferenciante principal era Klaus Tiedemann, el catedrático de Friburgo de Brisgovia,
gran experto en la protección penal de lo genuino en la producción de vino y otros productos agroalimentarios. Siempre nos impresionaba en la biblioteca de su Instituto, su sección de “Weinstrafrecht”. Hoy Adán Nieto, que también lo había visto allí, ha obtenido un proyecto de investigación sobre esta materia del fraude en el vino y otros productos.
Tiedemann nos legó la biblioteca en cuestión y duerme el sueño de los justos a la espera de que los acoja la biblioteca de nuestra Facultad. Siempre pensé que la actividad académica del proyecto podría ser inaugurada por el catedrático riojano.
Mi interés en principio fue motivado por su libro “Victimas del absolutismo” de 2020 que había recensionado elogiosamente Antonio Elorza. La verdad es que el respeto de la gente de mi generación por nuestros políticos ilustrados se fundamentaba más en el deseo de encontrar “justos” en la historia de nuestro desventurado siglo XVIII y principios del tan perdido siglo XIX. Atenuábamos las culpas del Rey Carlos III, de Godoy y demás personajes por haber sido sorprendidos con el corte a la guillotina de las cabezas de los Reyes primos de Francia. Teníamos necesidad de creer en nuestro puñado de justos. Estábamos hartos de nuestra España, cuya historia y diagnostico había elevado Santos Juliá al frontispicio de su texto “Anomalía, dolor y fracaso de España”, que convertimos en librito para mostrar a las jóvenes generaciones el éxito de la España contemporánea, la de la transición y la Constitución. A algunos habríamos de clavarles sobre las manos abiertas el librito en cuestión. Cedido por el autor, lo editamos en la colección del Gabinete del Rector de la UCLM y lo presentamos en el festejo de la víspera del Corpus en Toledo en 1997, en la que fue invitado de honor y que puede leerse en mi blog.
El libro de José Luis Gómez Urdañez ofrecía un panorama desolador de nuestros ilustrados, ceñidos casi todos a un despotismo ilustrado muy tardío, que pretendía la modernización social y económica del país, pero sin tocar las bases materiales y gubernativas del Antiguo Régimen, amparado a sangre y fuego, y nunca mejor dicho esto último, por la Iglesia y la Inquisición. Los epígonos actuales de la lucha contra la que llaman leyenda negra dirán que ésta última estaba prácticamente extinta. Pero que le pregunten a Pablo Olavide o al mismo Goya, al catedrático salmantino Ramón Salas o a su
última víctima mortal el maestro Cayetano Ripoll en ¡1826¡, o a mi actualmente paisano Melchor de Macanaz quien inauguró el siglo de la crueldad. No se salva ni el conde de Aranda, ni el conde de Campomanes, por muy impulsor que fuera de la traducción de Beccaria hasta que topó con la Inquisición. Para mí que se salvan muy pocos para la buena memoria: Malaspina, Goya, Jovellanos.
Lo que más me interesó de todo el libro fue el desvelamiento de la pasión por la crueldad plasmada en la política de la “cuerda tirante”, es decir de la conveniencia de colgar todos los días a alguien en horca situada en lugar principal de la localidad, que recomendaba Floridablanca para mantener tranquilo y sometido a nuestro levantisco pueblo. “Mandar es castigar” era su lema y por ello mi entusiasmo y desconsuelo con la lectura de José Luis Gómez Urdañez, completadas con las conversaciones telefónicas y los posts en el Facebook. Como proclama por el mismo motivo mi amigo Carlos Gallego en Valladolid, no se deben olvidar los buenos servicios que hacen también las denostadas redes
sociales. También me dio sorpresas bonitas, como hacerme conocer uno de los grandes hispanistas franceses vivos, Jacques Soubeyroux y su obra “Goya político” (Legarreta, Navarra, 2011) que había aparecido con posterioridad a la elaboración de mi trabajo sobre Francisco de Goya contra la pena de muerte (que puede leerse en https://www.academicsforabolition.net/material/francisco-de-goya-contra-la-crueldadde-la-pena-de-muerte).
Por lo demás, José Luis era un tipo de gran inteligencia y extraordinaria simpatía, de conversación rica y muy amena. Recordaré siempre el almuerzo junto con José Juan Ruíz en el que comentamos todo, pero especialmente la historia de Sebastián Martínez, el amigo de Goya, del que se ocupa José Juan con pasión, inteligencia y poco tiempo pero que pronto alumbrará. En su presentación y en otras muchas ocasiones recordaremos con nostalgia a Jose Luis Gómez Urdáñez.
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