Por Antonio Marco.
Publicado en El Decano de Guadalajara el 1 de noviembre de 2022.
Evergetes es una palabra griega, un nombre parlante, que significa “benefactor”. Muchos monarcas y gobernadores del mundo helenístico oriental y del Imperio Romano antiguo asumieron este título como apellido complementario, así por ejemplo Ptolomeo III, Ptolomeo VIII, Antíoco VII,… Ptolomeo III, por ejemplo, protegió enormemente la famosa Biblioteca de Alejandría y construyo el enorme complejo religioso del Serapeum o templo de Serapis.
Mecenas es el apellido y nombre propio de un noble y rico romano que protegió a los grandes poetas y artistas de su época, la de Augusto, como Virgilio, Horacio… Se ha convertido en el nombre común para designar a todas las personas protectoras de las artes y proyectos ajenos.
Los gobernantes antiguos sabían que obligación suya era proporcionar bienestar a sus ciudadanos, casi siempre desgraciadamente súbditos, y también sabían algunos ciudadanos ricos e importantes romanos que su obligación era devolver parte de sus enormes riquezas a la sociedad y comunidad en las que se habían generado: construyen de su peculio teatros, templos, termas o acueductos, arreglan carreteras, protegen y ayudan a los artistas, ofrecen juegos, espectáculos grandiosos y diversión gratuita, etc. Sobre los gobernantes y regidores provinciales y locales de las innumerables ciudades y municipios del Imperio Romano, caen también las cargas de favorecer con su peculio personal a su ciudad como si fuera una pequeña Roma y cuidar del bienestar de sus ciudadanos.
No puedo detenerme ahora con más detalle ni en el sistema impositivo fiscal en el mundo antiguo, ni sobre la injusticia de origen de una sociedad esclavista e imperialista, ni sobre la realidad de algunos gobernadores y prohombres benefactores para sus congéneres pero de otros muchos letales y de gran crueldad, ni sobre la corrupción enorme existente en las sociedades antiguas, ni sobre la pertinencia de utilizar la historia y el conocimiento del mundo antiguo, siempre deficiente, para explicar aspectos y detalles del mundo actual, aunque sean temas de enorme interés. Sólo diré que para muchos gobernantes y prohombres afortunados de la Antigüedad el prestigio y respetabilidad social, la consideración de benefactor de su ciudad y entorno social, fueron un principio político y moral de actuación muy importante, por interesada que fuera en muchas ocasiones en las que precisamente lo que buscan es el afecto del voto popular para la obtención de algún cargo electo.
Algo de este espíritu benefactor y altruista queda en las sociedades modernas, curiosamente más en la sociedad norteamericana que en la europea, muy poco lamentablemente en la sociedad española en la que la máxima colaboración, interesada por supuesto, suele darse preferentemente con el equipo local de fútbol. Hay algunas excepciones de sociedades y corporaciones e incluso de personas particulares, que casi siempre buscan la exención y compensación fiscal; no por ello han de ser criticadas, sino todo lo contrario, cuando la enorme mayoría tienen poca conciencia de pertenencia a una sociedad que les ha proporcionado sus enormes riquezas y ni se plantean revertir la más mínima parte al conjunto social.
En nuestro entorno socioeconómico actual de salvaje neocapitalismo liberal, inmerso en importantes crisis y contradicciones del propio sistema capitalista, no solo no se generan nuevos “evergetes” y “mecenas” sino que se está propiciando el aumento vergonzoso de nuevos y grandes ricos, precisamente al amparo de la crisis y dificultades de la generalidad de los ciudadanos, que cada día viven un poco peor. Día a día crece la desigualdad entre las personas y los países, aparecen fortunas y corporaciones, casi todas en la sombra, de tal fabulosa magnitud que a veces se atreven a echar un pulso a países y gobiernos enteros y contra las que poco pueden hacer a veces esos gobiernos por propia incapacidad física, por cobardía y cálculo político-electoral o incluso por corrupta connivencia. Incluso la propia Unión Europea, con toda su magnitud y poder, la región más equitativa del planeta, se muestra incapaz de resolver situaciones muy perjudiciales para la mayoría de sus ciudadanos, como el actual aumento imparable de los precios, especialmente de la energía, tomando medidas de exigencia y armonización fiscal de los Estados miembros.
Desde luego es una ingenuidad hacer una llamada al evergetismo, al mecenazgo, a la solidaridad del enormemente rico y poderoso para con sus conciudadanos. Ojalá aumente su número, pero lo adecuado y justo es organizar la sociedad entre las coordenadas legales de solidaridad, igualdad y aportación al bien común según la riqueza obtenida precisamente en esa sociedad. Y desde luego es falsa la idea de que la riqueza la acumulan unos pocos por su denodado esfuerzo o por su especial inteligencia; con mucha frecuencia, casi siempre, los detentadores de grandes fortunas son herederos de unos autores anteriores, padres, abuelos, etc. y con relativa frecuencia también esos herederos de grandes fortunas las dilapidan con rapidez. En todo caso es el conjunto, la realidad social colectiva el marco en el que se genera la riqueza.
Por eso resulta incomprensible y rechazable la insistencia erre que erre de algunos partidos europeos conservadores en la rebaja general de impuestos, insistencia especialmente programática de la derecha española, bajo el señuelo de la libertad individual e intentando reducir la importancia del Estado a la mínima expresión, cuando son precisamente los gobiernos preocupados por el bienestar común, por el bien común, los socialdemócratas, los que avanzan en la consecución del bienestar y paz social. Más incomprensibles aún resultan algunas propuestas regionales o locales, también en nuestro país, de ir más allá y rebajar la carga impositiva o de ayudar insolidariamente precisamente a quienes más riqueza y más oportunidades tienen en detrimento de los más necesitados.
Así que no caeré en el error, repito, de rogar a los más ricos, algunos fabulosamente ricos, que sean benefactores, evergetes y mecenas. Si aparecen, bienvenidos sean; sí exijo, en cambio, a mis gobernantes que aprueben democráticamente medidas legales de justicia social tan simples como que el que más riqueza tenga aporte más a la sociedad de la que obtiene esa riqueza, que se impongan impuestos especiales a las grandes fortunas, a la banca ya internacionalizada y mundial, a las empresas energéticas que aumentan impúdicamente sus beneficios aprovechándose de una crisis que acogota a la mayoría de ciudadanos. En la soledad del desierto consumista, físico o virtual, no se generarían, evidentemente, ni se podrían acumular en unas pocas manos esas fabulosa riquezas.
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