Publicado el 26 de enero de 2023 en el Decano de Guadalajara
Por Antonio Marco
El final de un año y el comienzo de otro, el final del ciclo astronómico anual, es un buen momento para hacer balance de lo ocurrido en el que acaba y hacer alguna prospección o provisión de lo que puede venir en el futuro. El mes de Enero recibe el nombre del mes latino “Ianuarius”, que a su vez lo recibe del dios Ianus (Jano). Al dios de las entradas y las salidas, al dios de las puertas (en latín “ianua”) se lo representa como un busto de dos caras, bifronte, una mirando al pasado y otra al futuro que empieza.
No sabemos con precisión qué capacidad de recuerdo y de proyección en el futuro tienen los animales en general; alguna protomemoria y protoproyección parecen tener, pero muy escasas y limitadas en comparación con el hombre. Probablemente estas dos capacidades, junto con el lenguaje al que van unidas, son las más específicas y diferenciales del ser humano.
Pues bien, como animal humano que vive en sociedad, yo también hice mi balance más o menos formalizado y exteriorizado del año 2022 y mi proyección de futuro en forma de deseos para 2023, más allá de los rituales deseos de felices fiestas y próspero año.
Al margen de las cuestiones estrictamente personales, en 2022 ocurrieron algunas cosas buenas y otras no tanto en nuestra sociedad, por hablar eufemísticamente. El repaso de los hechos puede ser interminable y agotador, pero lo más desalentador es que ha pasado un mes y todo sigue igual. Es cierto que 30 días no son demasiados para hacer una evaluación correcta y una proyección de futuro acertada, pero todos los datos indican que las cosas siguen igual, si no peor, excepto afortunadamente la covid en Europa, aunque en la China de los mil quinientos millones de habitantes todo lo contrario, las muertes se han disparado tan pronto han aflojado un poco las medidas de aislamiento de una población escasamente vacunada. Y a pesar de ello persisten algunos extravagantes negacionistas de la eficacia de las vacunas instalados en la confabulación mundial y en la ira.
Tampoco acabamos con una inflación y subida de los precios que los no economistas no logramos comprender pero que los técnicos en la economía y sus leyes tampoco son capaces de explicar, probablemente tampoco de entender ellos; en todo caso la inflación no alcanzó los niveles altos de los agoreros de la desgracia total permanente, pero sigue pendiente de un hilo sobre nuestras cabezas, cual espada de Damocles, a pesar de los esfuerzos y éxitos parciales positivos del gobierno; especialmente preocupante es la subida escandalosa de los precios de los alimentos, que no se frenan, a pesar de la reducción del IVA de los básicos, decisión gubernamental burlada con toda caradura, ojalá no sin castigo, por algunos grandes comercios.
Siguen aumentando las diferencias en el reparto social de la riqueza general en todo el mundo, es más, el impulso consumista navideño en realidad hace más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, y todo ello entre deseos de amor, paz y felicidad. ¡Qué hermosa contradicción!
Aumenta la crispación y tensión sociales, fruto de las múltiples desigualdades económicas y culturales. De manera especial las generaciones más jóvenes no tienen ninguna señal positiva de que las cosas van a cambiar estructuralmente a mejor, más allá de algunos cuidados paliativos.
La violencia machista que asesina mujeres acabó el año con cifras escandalosas que nos avergüenzan como sociedad, pero ha comenzado el actual como finalizó el precedente. Mejoran sin duda las medidas de protección de las mujeres, pero resultan insuficientes y por eso es necesaria la colaboración activa de toda la sociedad para acabar con un comportamiento machista enquistado en nuestra sociedad patriarcal desde la noche de los tiempos.
Derechos y servicios esenciales como la educación y sanidad aumentan la desigualdad de los ciudadanos en vez de reducirla, porque se extiende su privatización en la medida en que se cuestiona y minora la gestión pública, de manera especial en algunas regiones autónomas de nuestro país. Comienza ya a ser evidente la conformación de una red de servicios esenciales para ciudadanos ricos y otra para pobres. Si este proceso no se frena estaremos ante el principal fracaso de nuestra sociedad formalmente democrática pero realmente injusta en el reparto de los todos los bienes.
La guerra de Ucrania, impensable hace unos años después de las terribles experiencias del siglo pasado, parecía que podría detener su destrucción al amparo de una tregua navideña anunciada por los dos contendientes, pero violada por ambos a las pocas horas de anunciarse. Esta guerra, como todas, debería acabar de inmediato con un acuerdo mínimo que, aunque no satisfaga a ninguna de las dos partes por completo, pare la destrucción y el sufrimiento. Si algún estratega y responsable europeo o americano piensa que es el momento de asestar un duro golpe a la Rusia postsoviética debilitada, creo que es víctima de una ilusión que no será realidad, pero que elevará el tono y el escenario de la confrontación muy peligrosamente. Esa guerra afecta realmente a toda Europa y puede convertirse en un conflicto mundial, esta vez nuclear. Esta posibilidad, real, no puede minimizarse. Europa occidental se siente amenazada y por eso ayuda realmente a Ucrania contra Rusia, que también a su vez se siente amenazada. Es el perfecto caldo de cultivo en ebullición aumentando su temperatura y presión sin necesidad de ninguna ilusión maximalista añadida.
Y sigue elevándose la crispación política, que no solo no acabó al amparo de las retóricas felicitaciones de Navidad, sino que, alimentada por partidos políticos en permanente competición electoral, sigue in crescendo, a velocidad probablemente incontrolable en los próximos meses a la vista de las ya próximas confrontaciones electorales de primavera y otoño. La vida política se crispó y tensionó excesiva e interesadamente a principios de la legislatura desde el momento en que las fuerzas de la oposición cuestionaron la legitimidad de un gobierno elegido según las leyes democráticas; aumentó la confrontación con la aparición de fuerzas de ultraderecha y populismos con capacidad para influir en los gobiernos, como ha ocurrido en varios países europeos, también en España, mientras la socialdemocracia no recupera el espacio más justo que no hace tanto tiempo tuvo. En nuestro país producen especial preocupación y temor propuestas de revisión de derechos fundamentales que creíamos adquiridos para siempre, como el del aborto en las condiciones legales establecidas, cuando el vicepresidente de ultraderecha del gobierno conservador de Castilla y León propone una medida tan carente de toda sensibilidad como la de intentar obligar a la mujer que ha decidido interrumpir legalmente su embarazo a escuchar los latidos del feto. Les parecerá a estos energúmenos poco el trauma y sufrimiento que esa mujer lleva consigo… Afortunadamente esta propuesta parece estar conjurada. ¿Definitivamente? No. Observemos lo que pasa en Hungría, de donde la han copiado.
Crispación también y tensión crea en la sociedad española la realidad bien presente de los nacionalismos periféricos, especialmente el catalán que buscó la confrontación directa con el resto de España. Su intensidad ha bajado sin duda en la legislatura actual, aunque a un precio enorme para el Partido Socialista de Pedro Sánchez, que gobierna, cuyas propuestas e intentos de solución política y no judicial para un asunto enquistado ni siquiera son comprendidas por la totalidad de los socialistas, que consideran que algunas de las medidas no castigan suficientemente la deslealtad y los delitos cometidos por nacionalistas en el fondo radicales y fanáticos. Para quienes creemos en la radical igualdad de todos los seres humanos la cuestión de fondo en este tema es si se puede ser nacionalista racional y no fanático, si se puede ser defensor racional de una presunta identidad opuesta a los otros nunca realmente justificada, si se puede ser defensor racional de un complejo sentimiento de la diferencia con quienes en realidad se ha compartido y se comparte casi todo, la esencia, si tal cosa existe más allá de la pura abstracción, y la historia, la de los hechos centenarios e incluso milenarios. Creo que no es posible ser nacionalista desde la pura racionalidad. Todo esto, además, aparece trufado de mil intereses mezquinos que envenenan una convivencia que podría ser más feliz o al menos más pacífica.
Todo ello explica la aparición en los últimos meses de numerosos libros de historia y obras de reflexión y pensamiento sobre la desigualdad, el odio social y la crispación y los efectos terribles e indeseables de un capitalismo sin alma y voraz cuyo único objetivo es multiplicar la ganancia y el enriquecimiento de unos pocos a costa de unos muchos. Y así hasta que la tensión sea insoportable y estalle la olla social y comience otro ciclo de esperanza desesperada. Es el mito del eterno retorno, que ya hemos vivido quienes tenemos alguna edad, pero que no por eso renunciamos, desde luego, a esperar que alguna vez cese tanto despropósito, porque las cosas podrían ser de otra manera si la mayoría de ciudadanos quisiéramos coincidir en lo esencial, en lo importante.
Antonio Marco es catedrático de Latín jubilado y expresidente de las Cortes de Castilla-La Mancha.
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