Por Ángel Luis López Villaverde
Publicado en El Diadigital.es el 24 de octubre de 2023
Hace tres semanas escribí sobre la existencia de las llamadas “burbujas epistémicas” y “cámaras de eco” para referirme a esas realidades paralelas de grupos herméticos que desprecian informaciones que no cuadran con sus creencias y se nutren, a menudo, de fuentes poco fiables o de fake news. Fue a raíz del intento de mi agente de seguros de convencerme de que la subida de mi póliza se debía a “la inflación del gobierno”, un claro ejemplo de desinformación.
No podía imaginar que pocos días después asistiría, en apenas cinco minutos, a un relato delirante, resultado de la suma de varias noticias sesgadas. Se produjo en un parque próximo a mi casa, al coincidir con una pareja que paseaba, como yo, a su mascota. Una conversación totalmente banal en su origen, sobre el tiempo, derivó en una retahíla de ocurrencias propias de mentes “conspiranoicas”. Según estos vecinos, el gobierno fumigaba el cielo para acabar con la agricultura y la ganadería, arruinar el campo español y beneficiar a Marruecos. Por tanto, la meteorología tan adversa no se debía al cambio climático, sino a un designio gubernamental. Como me vieron torcer el gesto, recurrieron a lo que creían era su prueba de cargo: se había publicado en el BOE. Ahí ya les afeé que se creyeran los bulos. Ambos se iban turnando en el uso de la palabra y reforzaban sus argumentos. Viendo mi incredulidad, me recordaron que el gobierno quería encerrarnos, como ya había demostrado con el confinamiento. Y para reforzar su “lógica”, me dijeron que en Inglaterra se está construyendo una ciudad con todo a quince minutos con el objetivo de que no salgamos de nuestro barrio. Porque todo ello, en su opinión, respondía a un plan coordinado por Bruselas y ejecutado por La Moncloa, la Agenda 2030. El colofón es que estas cosas no salen en las noticias porque “nos quieren ignorantes”.
En ese momento, se me escapó una carcajada. Para provocarlos, les dije que no era cierto. Que Bruselas se metía demasiado poco en nuestras vidas y me gustaría que interviniera más. Era la manera de cortar por lo sano y seguir paseando a mi mascota sin seguir perdiendo el tiempo. Su conclusión es que estamos en manos de políticos que impiden nuestro desarrollo económico y nos quiere encerrados en casa para que no protestemos. Porque los gobiernos nos mienten, sin importar si son del PSOE o del PP, pues todos son iguales. En el pack no incluían a Vox, ¡oh, milagro! Mientras me alejaba, refunfuñaban lamentando que la gente no protestara más ante tamaño engaño.
Al llegar a casa busqué el hilo de tales desvaríos, que circula por las redes sociales porque tiene su público. Lo grave es que ha calado entre personas con cierto nivel de estudios. Se trata de un argumentario basado en medias verdades y mentiras convincentes. El más conocido –todo un clásico— es el bulo de los “chemtrails”, que lleva circulando desde 2015, tras una supuesta confesión de unos trabajadores de la Agencia Estatal de Meteorología y la intervención de un eurodiputado catalán en Bruselas advirtiendo de aviones que esparcían por toda España dióxido de plomo y yoduro de plata, entre otros productos químicos. Aunque tal cosa se ha negado reiteradamente y se ha explicado por expertos que las estelas de los aviones son fruto de la condensación del vapor, la bola no ha parado de crecer. El uso de sustancias para la manipulación psicológica y el control de la población viene estupendamente para reforzar una teoría de la conspiración. Es tan persuasivo como falaz. Si añadimos que un BOE de mediados de abril de 2020, al inicio de la pandemia, autorizó el uso de biocidas para la desinfección aérea contra la Covid a través de métodos como la nebulización (con camiones, no con aviones) tenemos la prueba del nueve para hacer pasar un disparate por una prueba irrefutable. Con esa lógica, se transforma en anatema una utopía urbanística, como las “ciudades de 15 minutos”, que promueve urbes más sostenibles, justas y saludables, en sintonía con los ODS. Este pensamiento “mágico” sobre la ruina y el control ciudadano requiere un villano, el “sanchismo”, un laboratorio, la “pérfida Albión”, y un aprovechado, el enemigo norteafricano por excelencia, en contubernio. Con protagonistas tan maléficos no es necesario aportar más pruebas
Hemos llegado a tal grado de estulticia que la guerra cultural justifica cualquier barbaridad. Para los negacionistas, antivacunas y demás fauna terraplanista la ciencia nos confunde porque está al servicio de los poderosos. Un mensaje anticientífico que refuerza, a su vez, la antipolítica y ofrece a sus devotos el monopolio de la rebeldía. Una falacia que no dejaría de ser anecdótica si no nos fuera nuestra propia supervivencia en ello. Obviamente, no es una cuestión española. Tras la pandemia, la guerra de Ucrania y ahora el conflicto de Gaza, el mundo ha entrado en el “modo Milei” –en referencia a quien se postula como uno de los principales candidatos a la presidencia de Argentina—, caracterizado por la “ira en medio de la confusión”, como lo ha definido brillantemente Enric Juliana, el periodista que mejor enlaza historia y geopolítica.
Nos quieren ignorantes, dicen quienes proyectan su sesgo cognitivo hacia los demás para provocar otro sesgo, de confirmación, inmune a la refutación. Un buen caldo de cultivo para forjar nuevas supersticiones y reforzar prejuicios, buscando culpables para eludir respuestas adecuadas. Y el mejor alimento del populismo, que permite a personajes histriónicos cabalgar a lomos de la ira y de la confusión.
La libertad de expresión es sagrada. No hay más límite que el derecho penal. Y todas las personas son respetables. Pero, evidentemente, no todas las opiniones son igual de aceptables. Cada vez es más necesario verificar la información. Cuestionar la ciencia, degradar la educación y abrazar la desinformación supone un fracaso como sociedad y conduce a nuestra autodestrucción. Mantener el estado de derecho y un planeta habitable nos exige estar alerta.
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