Por Antonio Marco
Publicado en El Decano de Guadalajara el 21 de agosto de 2023
Gabriel Jackson fue un importante profesor e historiador norteamericano que dedicó gran parte de su esfuerzo y trabajo al estudio de la Historia moderna y contemporánea de España, hasta convertirse en un reconocido hispanista y adquirir la nacionalidad española en el año 2005. Había nacido en 1921 y ha muerto hace poco más de tres años, a los 98 de edad. Recién graduado, becado con otros jóvenes estudiantes, viajó a Méjico en 1942 y allí entró en contacto con exiliados republicanos españoles, algunos de ellos importantes protagonistas durante la época de la II República y Guerra Civil españolas, sintiéndose atraído desde entonces por nuestro país y su reciente historia. Su obra más importante y famosa, publicada en 1965, es La República española y la guerra civil, 1931-1939, editada originariamente en inglés en EEUU, en castellano en Méjico en 1969 y por fin en España en 1976, muerto ya el dictador Franco. Esta obra fue en su momento un afortunado revulsivo frente a la falseada y ocultada historia oficial y académica de la Dictadura.
Curioseando estos días de tórrida canícula en los estantes de mi biblioteca, bien abastecida sobre todo de libros dedicados al mundo grecolatino pero también de otros de más actualidad, tropiezo con el libro de Gabriel Jackson Memoria de un historiador, en la edición española de editorial Temas de hoy de 2001. Jackson la publicó por vez primera en 1969 en inglés en Estados Unidos, resultando una especie de autobiografía. Esta obra no pudo publicarse entonces ni durante el franquismo en España por las exigencias de la censura del Ministerio de Información y Turismo de la época, que parecía ser una pequeña rendija en el duro sistema de censura dictatorial. Se publicó por fin en España en 1993, con algunas correcciones y ampliaciones necesarias después de tan larga espera, con el título “Historia de un historiador”. Me animó a hojear y ojear esta obra, oculta entre otros muchos libros, la apetencia de escapar por una vez de la historia antigua a la que dedico mis principales lecturas y afanes y el deseo de conocer la visión que un historiador extranjero, amante de España pero sin los condicionantes de un nativo, tenía de una época tan importante y de tanta actualidad para nosotros como la descrita. Es un libro interesante porque Jackson, becado por la fundación Fullbright, estuvo largas temporadas en España desde los años 50, investigando los archivos hasta donde le permitieron las autoridades y censuras del momento y entrevistando en España y fuera de España a decenas de personalidades y protagonistas de aquellos difíciles años de uno y otro bando. Pensaba Jackson que la historia fría de los documentos debe ser vitalizada, animada por los testimonios personales de quienes fueron sus protagonistas. Historiadores antiguos como Polibio fueron de la misma opinión y valoraron grandemente el relato de los testigos. Merece la pena conocer el testimonio de historiador tan importante y la visión que obtuvo de aquella España, por ejemplo del impacto que en él tuvo la pobreza generalizada en la sociedad y en la calle y al mismo tiempo la dignidad que manifestaban los ciudadanos depauperados y cómo sedujeron al rico americano, la opresión permanente en todos los aspectos de un régimen que permitía pocas libertades, el poder también opresivo de un catolicismo tridentino omnipresente, el odio al rojo vencido, la indolencia de la administración; todo ello sin cargar ninguna tinta, sino con la objetividad fría de un historiador que quiere ser sincero y que supo reconocer el error de apreciación cuando se equivocó. Tan atraído se sintió por nuestra patria y nuestra forma de ser que decidió pasar gran parte de su jubilación viviendo entre nosotros, en Barcelona, hasta que, sintiendo próximo el fin de su vida, decidió volver a EEUU con su familia.
Pues bien, esta España que conoció y describió, poco tiene que ver con la España de hoy, fruto de la evolución de un progreso enorme en todos los aspectos de la vida socioeconómica y política, a partir de la instauración de la Democracia: un gran desarrollo económico, un gran desarrollo social y político con la recuperación de las libertades y la instauración de la democracia, un gran desarrollo educativo y cultural. El propio Jackson vivió también intensa y felizmente esa evolución que deseó y que en alguna ocasión anunció.
En sus viajes por las diversas regiones españolas, del País Vasco, a Cataluña, Andalucía, Madrid o Aragón, observó también las peculiaridades y diferencias entre los territorios. Constata que su integración sin reticencias en un conjunto nacional, es un problema muy antiguo, muy vigente y muy importante, sobre todo allí donde la lengua propia tiene un fuerte arraigo como en Cataluña. Quizás no todos estemos de absoluto acuerdo con algunas de sus apreciaciones, que no parecen fruto de una detenida y profunda atención a la cuestión. Pero sí es de agradecer la tranquilidad y serenidad con la que trata el asunto de las “autonomías” y el deseo de que la Constitución del 78 sea el marco y el instrumento para estructurar una realidad política tan compleja. Jackson calificó este asunto como una de las tareas más importantes y difíciles de resolver en nuestro país.
No me resisto a reproducir una cita del final de esta obra que comento, la cita de un historiador honrado y prestigioso, ajeno por ser extranjero y propio y cercano por su cariño a España y nacionalización, que vivió con ilusión el nacimiento de las “Autonomías”:
“La aplicación de la fórmula autonómica a todo el Estado, no solo a las nacionalidades históricas, demuestra que la prosperidad y la unión consensual de España depende de una descentralización que otorga poderes locales también a Andalucía, Valencia, las Canarias las Baleares y a los grandes municipios; en resumen, una especie de desarrollo federal que permite una serie de matices nacionales y culturales sin que el Estado vuelva a la situación de reinos de taifas de principios de la Edad Media. Conozco demasiados españoles que piensan que el “Estado de las Autonomías” y el concepto de “nación de nacionalidades” es una broma o batiburrillo. Pero en el mundo euroasiático de estados centralizados –muchos de los cuales reprimen a las minorías nacionales- España ofrece un ejemplo admirable y admirado de las esperanzas de pacífica cohabitación en el mismo territorio de diferentes grupos nacionales y étnicos”.
Ciertamente, en los años transcurridos desde que se aprobó nuestra vigente Constitución y desde que Jackson escribiera estas palabras, el Estado de las Autonomías ha tenido un grandioso desarrollo que ha proporcionado enormes beneficios a todos los españoles. También es cierto que ese desarrollo no ha estado exento de oposiciones, tensiones e incomprensiones, algunas de enorme gravedad y sigue siendo en parte una cuestión sin resolver definitivamente. El nacionalismo violento y asesino de ETA echó un cruel pulso a la sociedad y al Estado, que produjo mucho sufrimiento hasta que finalmente perdió y desapareció; el nacionalismo insensato y separatista reciente de importantes sectores catalanes, pero no todos ni la mayoría, también se ha enfrentado en los últimos años al Estado ilegalmente y en ocasiones violentamente, por lo que sus líderes han sido juzgados y condenados; el conservadurismo más rancio y tradicional español también se opone con ira a cualquier avance en el desarrollo de las autonomías del Estado propuesto por el gobierno, al que califican con gruesos adjetivos de traidor y rompedor de la unidad de la Nación, y proponiendo una pretendida unidad eterna y esencial que sólo existió en los momentos de monarquía absolutista o dura dictadura franquista.
Como consecuencia de las últimas elecciones y sus resultados, para muchos imprevistos, que no conceden a los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, una mayoría suficiente para formar gobierno, nos encontramos en un momento de especial complejidad en el que los grupos más nacionalistas, sobre todo catalanes, creen tener una gran oportunidad de avanzar en sus irreales propuestas independentistas. Mientras al grupo Popular ni siquiera el acuerdo o ayuda del ultraderechista VOX le resulta suficiente, el PSOE necesitaría, entre otros, los votos del grupo catalán independentista Junts, cuyo líder vive en Bélgica huido de la justicia española y del que otros dirigentes fueron juzgados y condenados en España por sus acciones radicales e ilegales pretendiendo alcanzar una independencia imposible. Vivimos, pues, un momento políticamente muy complicado, en el que creo que debería imponerse una tranquila y correcta lectura de la historia reciente y antigua, una correcta y sosegada lectura de la realidad social y legal vigente y una correcta y realista lectura de qué oportunidad es la que realmente se abre, para evitar sufrimientos innecesarios, porque algunas de las exigencias anunciadas son sencillamente imposibles.
En mi opinión, que creo y deseo que sea la de la mayoría de los ciudadanos españoles, la unidad de la nación es tan firme y segura ahora como lo ha sido desde el momento de su existencia, no existe ningún derecho de autodeterminación de los pueblos de España sea cual sea su definición, la Constitución del 78 ha demostrado ser un poderoso instrumento de modernización y sigue vigente al margen de que necesite algunos retoques y actualizaciones incluso en la definición del Estado de las Autonomías; la Constitución del 78 permite todavía avanzar y profundizar en la definición de las Autonomías, de sus gobiernos y de la relación con el Estado; es una enorme irresponsabilidad tensar la cuerda de la “oportunidad” y alimentar propuestas imposibles de autodeterminación e independencia entre la población, a veces muy fácil de manipular y desinformar; a sensu contrario, es una enorme irresponsabilidad negar la realidad de las peculiaridades regionales, llámense como se llamen, y considerar al adversario como un traidor al que hay que batir y si es posible abatir; ni se puede negar la realidad autonómica ni se puede prometer la autodeterminación de ningún territorio nacional. Todas estas afirmaciones tan apodícticas y contundentes pueden ser probadas con sólidos argumentos para los que no hay ahora ni espacio ni tiempo. Por todo ello si la mayoría de los ciudadanos de España coincidimos en estos principios básicos, los partidos que nos representan a todos los españoles deberían trabajar de manera muy especial para hacer realidad estos principios, al margen del resto de otras grandes y básicas diferencias ideológicas propias de una sociedad compleja. En ese contexto han de ser posibles los acuerdos necesarios entre todos los grupos políticos españoles sea cual sea su posición sin reticencias ni insultos y posturas radicales.
Gabriel Jackson intuyó la importancia y dificultad del desarrollo de la cuestión autonómica, pero en su optimismo no pudo prever el absurdo momento actual, como tampoco pudo imaginar el avance en todo el planeta, también en España, de posturas conservadoras y de ultraderecha aterradoras después del lamentable siglo XX que estudió y le tocó vivir. En política general este asunto del avance de la ultraderecha, que pone en peligro la propia democracia y libertades necesarias para un adecuado desarrollo personal social y que en Europa ataca al afortunado “estado de bienestar”, es el asunto más grave que afecta al desarrollo sociopolítico de nuestro tiempo, pero este es asunto para tratar otro día.
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