
Por Pedro A. González Moreno
Publicado en el diario Lanza el 13 de diciembre de 2022
Tenemos una infinita capacidad de olvido, pero esa falta de memoria aún es mayor cuando de los poetas se trata. O dicho más groseramente, cada cual va a lo suyo y nadie se acuerda de nadie. En el capítulo titulado “Poetas de la tierra que se fueron”, del libro Más allá de la llanura (2009), dejé escrito casi premonitoriamente: “Como si no se tratase de una ley natural, sino de una virulenta pandemia lírica, nos han ido dejando los poetas en una larga procesión de muertos que dejaron escrita mucha luz a su paso por la vida. Algunos se marcharon con el halo luminoso y el laurel que ciñe las sienes de los elegidos; pero otros se marcharon casi de puntillas…”
No fue este último el caso de Sagrario Torres, “aquella Sagrario Torres que siempre tenía un verso dormido entre los labios –dije de ella en ese mismo libro-, y siempre iba dejando un intenso y ambiguo perfume como de novia y madre”. La poeta manchega, nacida en Valdepeñas (1922-2006), mantuvo siempre un fuerte vínculo y un apasionado interés por su tierra, y en su libro Poemas de la Diana (1993), contra el proyecto de instalación de un campo de tiro en Anchuras, lo puso de manifiesto.
Ahora, cuando está a punto de finalizar este año, comprobamos que nuestra capacidad de olvido continúa siendo imperdonable, porque este era el año en el que se cumplía el centenario del nacimiento de Sagrario Torres, un centenario que, incomprensiblemente, ha pasado desapercibido no sólo en Castilla La Mancha, sino incluso en el pueblo natal de la autora. Sin embargo, es justo decir que Valdepeñas nunca ha echado en olvido a su poeta, pues acogió su amplio legado en el Archivo Histórico Municipal, la nombró hija predilecta en 1985 y ese mismo año le dio su nombre a un parque.
“La voz solitaria de Sagrario Torres”
En el artículo “Mapa Literario de la provincia de Ciudad Real” (publicado en el número 6 de la revista El invisible anillo), le dediqué un amplio apartado que titulé “La voz solitaria de Sagrario Torres”, y del que extraigo ahora, a modo de recuerdo y homenaje, unos cuantos párrafos: “Desde Juan Alcaide, la poesía de Ciudad Real parece estar marcada por esa extraña condición de los poetas solitarios. Excepción hecha de unos cuantos nombres (Ángel Crespo, Eladio Cabañero, Félix Grande, Antonio Fernández Molina o José Corredor-Matheos) que de un modo u otro han encontrado aclimatación en el volátil mapa de las generaciones oficiales, la gran mayoría de los poetas de la provincia se encuentran, por su edad, por las características de su obra o por otras circunstancias, en una situación difícil de encasillar.
Caso significativo y singular entre ellos es el caso de Sagrario Torres, que publica muy tardíamente su primer libro, Catorce bocas me alimentan (1968), cuando ha cumplido ya los 45 años. Tal vez por ello su voz, peculiar y solitaria, ha permanecido siempre al margen de los encasillamientos generacionales.
Una voz sobria y transparente
Un tanto a contracorriente, pero dueña de un espacio poético propio, la de Sagrario Torres es una voz sobria y transparente, que nos habla de lo humilde y de lo cotidiano, ya sea a través de la evocación autobiográfica (Los ojos nunca crecen), o ya a través de la preocupación solidaria y crítica ante las injusticias sociales (Hormigón translúcido).
Cincelada con el molde métrico del soneto (Catorce bocas me alimentan), o con el verso libre, la suya es una voz limpia y compasiva, lo mismo cuando se enfrenta a temas trascendentes como la muerte y el paso del tiempo (Esta espina dorsal estremecida) o cuando confiesa su más inquebrantable vocación religiosa (Carta a Dios). Una estética de la sencillez y de la sobriedad que es, más que una cuestión de estilo, una manera de ver el mundo, una forma de ser y de creer en lo más altos y nobles ideales: esos ideales que cristalizarían en su libro Íntima a Quijote.”
La última antología de su obra, Estremecido verso, realizada por José María Balcells, fue publicada por la BAM en el 2006, poco después de su fallecimiento. Desde entonces ha ido cayendo poco a poco el silencio sobre ella y, durante este año de su centenario, se ha perdido una buena ocasión para llevar a cabo algún que otro proyecto pendiente todavía: por ejemplo, el de la edición de su obra poética completa.
Como escribí, en el libro arriba citado, a propósito de los poetas que ya se marcharon, “no deberíamos dejar que se enfríe la memoria de nuestros poetas, porque esa memoria, la de su escritura, contiene siempre algo de nosotros mismos y su voz es un patrimonio que nos pertenece y al que también pertenecemos.
Ni placas, ni medallas…»
No son placas, medallas ni estatuas lo que la memoria de nuestros poetas necesita… Tengamos al menos con ellos la misericordia de amarlos en sus libros, de hacerles ese íntimo y último homenaje de leerlos”.
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