Paisaje, Caza y Dignidad

Se suele pensar que el paisaje es el que es y que está donde está, aunque no lo miremos. No es así, sin mirada no hay paisaje. Mirar requiere algo más que ver, reclama comprender y caracterizar lo que se mira. Es un asunto moderno, propio del tiempo del romanticismo. Ortega y Gasset se dolía en su famoso prólogo al libro de Yebes del retraso hispano en la elaboración científica de nuestro paisaje. Se ha dicho con acierto que en nuestro país la valoración del paisaje es obra de Giner de los Ríos y de la Institución Libre de Enseñanza. En efecto, Guadarrama estaba ahí siempre, pero fueron ellos quienes lo “descubrieron”. Luego, por su peso, el paisaje termina conformando la identidad de las gentes de un territorio, mucho más de lo que creemos.

El paisaje de Castilla-La Mancha es bien variado, pero puede resumirse en dos, que se ven si se miran a derecha a izquierda del viaje desde Madrid al sur, sea por la línea más recta, que es la línea del AVE, que se sobremonta en la gran calzada romana, o en el coche por la nacional IV. A un lado los prados de la mies verde desde enero y, ahora más que nunca,de olivos por casi todas partes. Desde la primavera, mientras que los campos maduran camino del infierno de nuestro verano las praderas de viñas verdes y jugosas constituyen nuestro campo, que con la otoñada se transformará en dorado. Ese paisaje, el de un horizonte sin fin, el que han cantado nuestros poetas y el que sentimos como lo nuestro.

Pero si el viajero camina hacia el sur y dirige la derecha su mirada se encontrará el majestuoso espectáculo de una selva verde espectacular con más matorral que árboles, no levantando estos más que la copa de una encina. Son los Montes de Toledo y de Ciudad Real, una selva extraordinaria de jara, robles, alcornoques, quejigos y encinas con añadido de pinos, casi todos plantados ya desde hace una eternidad. En otro tiempo fue territorio propicio para carboneros y selvicultores, amparados por una suerte de Guardia civil de antigua compostura: la Santa Hermandad. Hoy todo este territorio de rañas y sierras es nuestro mundo más propio, no solo geológico como bien saben los vulcanólogos, sino también lo que constituye nuestra singularidad: personas de monte. Toda nuestra gente de los términos y caseríos de ese inmenso territorio con tierras de muy limitado rendimiento agrícola, que apenas sirve a la ganadería, se ocupan en toda labor posible, y una muy principal es la caza, ya como emprendedores, como trabajadores fijos o eventuales, como escenario del turismo. La caza es la tercera o cuarta industria de provincias como Ciudad Real o Toledo.

El paisaje genera valores e identidades como expresaron Eduardo Martínez de Pisón, Nicolás Ortega Cantero o Emilia Martínez Garrido. Así lo formuló para nuestra gente Antonio Rodríguez Huéscar con su Hombre de Montiel. a la identidad de los manchegos pertenece el valor de la uva, de las bodegas y del vino. Aquí se entiende de modo natural aquello de que el vino es fruto de la vid y el trabajo del hombre, que yo le oí decir a José Bono en Valdepeñas y creí que era cosa suya. Recuerdo bien la reacción de los manchegos cuando a una ministra se la ocurrió prohibir la publicidad del vino. No solo se trataba de economía si no de dignidad. Este es el punto, inclusive para los que no beben vino.

Pero si el viajero mira en su carrera hacia la izquierda se inserta en la selva mediterránea, el territorio de la caza, descrito como tal ya desde Alfonso Onceno. Son decenas de miles los que llegado el 12 de octubre se afanan por la caza en un sin vivir. No es interés, ni placer, ni diversión, ni disfrute, no, es sentirse del campo y ese campo decía Ortega y Gasset es verdaderamente tal cuando se trata del campo en que actúa el cazador, insertado en él. La condición de cazador se siente desde el paisaje en nuestros pueblos y en cualquiera de las posiciones: escopeta de postín, escopeta negra, postor, ojeador, tirador, señor de perro, señor de rehala. A todos el paisaje atribuye identidad y, por ello, dignidad. Así que nadie debe asombrarse de que la continua adopción de medidas legislativas que restringen, limitan y amenazan la dignidad de los cazadores, termine minando la moral de todos contra los que amenazan lo nuestro.

Mientras que lo del vino fue un error, que se corrigió, en esta ocasión no lo es, impera el dogmatismo más extremo. Desde un Ministerio entero que parece un museo de los horrores, que en vez de ocuparse de luchar contra las muchas discriminaciones que se sufren organiza y programa decisiones sectarias y arbitrarias al amparo del bienestar animal. Otro Ministerio, que tiene la noble responsabilidad de hacernos transitar al futuro, a una nueva era ecológica, no necesita para ello destruir el pasado y la tradición, se trate de la caza o de los toros, Algunos se alegran de estos males por razones políticas, pues conocen bien la reacción social cuando se toca la dignidad de la gente: nadie queda en el centro, la rabia siempre se hace con casi todos.

Contra la peste

No podemos hacernos idea de lo que serían las pestes en el tiempo antiguo, sin televisión que presentara los estragos de la enfermedad, sin las “primeras” de los periódicos, sin el soniquete irredento de las mil radios y con pleno desconocimiento científico de las raíces del mal. Pero sí sabemos que las pestes o las epidemias han servido para que unos ajusten cuentas sobre otros y para que afloren los peores instintos de los seres humanos, dejando a salvo naturalmente a los héroes solidarios que se han entregado siempre a ayudar al prójimo, los justos que nos salvan a todos.Las pestes sirvieron para ajustar las cuentas a los judíos, siempre más trabajadores que los hidalgos de todas partes. En el relato de Manzoni sobre la Historia de la columna infame sirvió la peste para combatir al poder español en Milán y hemos conocido los contemporáneos muy bien cómo se utilizó la crisis del sida para combatir la moderna libertad de costumbres, aunque se llevan por delante a las víctimas de las castas transfusiones de sangre.

La crisis del coronavirus ha dado ya pie a comportamientos indeseables. El primero son las aperturas con trompetas y tambores de buena parte de los telediarios que no se sabe bien si se alimentan más de la sangre que del dinero que proporciona el incremento de las audiencias. También comportamientos individuales depredadores, como el saqueo de las cajas de mascarillas de algún hospital, poniendo en peligro a quienes ya los necesitan por otras razones. Por fortuna, no se ha llegado aquí a escenas trágicas y miserables como la de las gentes en Ucrania apedreando la comitiva de sus propios paisanos y evacuados de Wuján.

Estos fenómenos ponen a prueba a las administraciones, tanto a los qué están al frente de ellas como a los que lo estuvieron antes y dejaron las cosas bien o mal organizadas. Recuérdese la malísima crisis del ébola en Madrid, que puso en claro que la administración central de entonces había medio desmontado lo único bueno que había dejado el sida: el Instituto de salud Carlos III, como estado mayor completo de prevención y lucha contra las enfermedades infecciosas.

Resulta muy satisfactorio que las máximas autoridades actuales den la cara, tanto de la administración central como de las autonómicas y expliquen el asunto correctamente y generando tranquilidad en vez de alarmas. Además, no han aflorado disputas políticas territoriales en el asunto y el coronavirus no es culpa de ninguna “nacionalidad”, ni siquiera de la China.

El comportamiento de las autoridades sanitarias es merecedor de plena confianza de los ciudadanos y estos y los medios de comunicación deben cooperar legalmente sin alarmismo ni estridencias. Y, ojo, las fakenews ya están ahí. Habría que aprovechar y alumbrar esos fenómenos que deben ser combatidos severamente, pues dejan a la sociedad inerme y sin anticuerpos.

Publicado en La Tribuna de Ciudad Real

4 de Octubre: Melque, domingo cultural

El monasterio visigodo de Melque está situado entre La Puebla de Montalbán y San Martín de Montalbán, en la provincia de Toledo, y ayer lo visitamos Oliva y yo. Es “el conjunto monástico más antiguo que se conserva en la Península Ibérica, construido en torno a una antigua villa romana; como partes destacables encontramos un recinto amurallado, las viviendas que ocuparon los monjes, cinco presas, y la iglesia del mismo nombre” de época visigoda, construida a finales del siglo VII o principios de s VIII.

Durante una parte de la Edad Media fue ocupada por la Orden del Temple e integrada en la Encomienda de Montalbán. En la actualidad depende de la Diputación de Toledo, que lo mantiene bien.

El lugar, en medio de la nada, merece una visita; que en nuestro caso resultó muy tranquila; si bien luego llegó un grupo de ‘moteros’ a visitar el monasterio.

Hay un Centro de interpretación, pequeño, pero con buenas explicaciones; y vimos también una exposición temporal de la artista Gemma Climent. Al terminar la visita tomamos un refrigerio en La Puebla de Montalbán; un pincho de tortilla riquísimo, y de vuelta a Bargas.

Última Lección

Ayer impartí la última clase de mi vida como profesor ordinario. Tiempo habrá, quizá, para solemnidades. En todo caso, la solemnidad la puso Marta Muñoz de Morales, cotitular de la asignatura, quien pronunció una cariñosa alocución, género difícil pero del que salió exitosa como siempre, ya se trate de Paris, de Friburgo o de Pensilvania. Le acompañaron los jóvenes doctorandos Luis Miguel Vioque (responsabilidad de empresas multinacionales), Alfonso de la Guía (criptomonedas) y Lorena Arrobo (violencia de género en Ecuador). Asistió también Marisol Campos, titular de Historia del Derecho, que contribuyo al asunto recordando que había sido mi alumna desde mi primer día de clase en la Complutense, hace exactamente 40 años. Aunque mi primera clase realmente tuvo lugar en la “Universidad paralela” que organizamos en Valladolid cuando el Gobierno de Franco decidió que la mejor universidad era la universidad cerrada. Estaba ya preparando las maletas para la Universidad de Colonia ya que mientras estuve sometido a proceso por el TOP no podía ser ni ayudante ni becario en España.

España es una madre difícil, como decía don Marino Barbero Santos, mi maestro. No lo quieren saber los que enarbolan la bandera nacional como arma sobre las cabezas de todos y tampoco lo sabrán los que la enarbolan con banderas de más colores, a pesar de que la raíz de los trágicos fracasos del progreso en nuestra Historia haya sido siempre la esperpéntica división por cuestiones no principales.

Les conté ayer los alumnos que en 1970 había asistido yo a la ultima clase de mi abuelo Emilio Zapatero, catedrático de microbiología, también durante 40 años, en aquella Universidad de Valladolid. Su especialidad eran los virus, por lo que hoy sería de los que salen en la televisión contándonos novedades sobre el COVID. Trasladé a mis estudiantes la doctrina de mi abuelo para los suyos: ocho horas de sueño, ocho de estudio y ocho de diversión, incluyendo en el núcleo de esta última la lectura reflexiva, entender algo de música y otro poco de arte. Por supuesto, también un tiempito para el amor y la fisiología.

Pero los alumnos no se libraron de la doctrina y en el resto del tiempo les explique la lección: los delitos contra la seguridad vial. Tuvimos suerte con el tema que tocaba, pues se trata de una criminalidad muy “democrática”, ya que todos podemos llegar a ser fácilmente autores o víctimas. Además, resultó exitosa la regulación legal adoptada en 2007 -gracias a la insistencia del Presidente Rodríguez Zapatero y su Director General Pere Navarro, entonces como ahora con casi todos los demás en contra, pues logramos acabar con un genocidio vial que hasta entonces creíamos que era el precio inevitable del progreso: entre nueve y cinco mil muertes al año en la carreteras, la mayor parte por culpa de otros. Pues bien, la introducción primero del carnet por puntos y del castigo penal agravado de los homicidios imprudentes, así como con una escalada de las penas para la conducción con exceso de velocidad,  o bajo el efecto de las drogas y el alcohol, o con velocidad temeraria o con manifiesto desprecio de la vida ajena, han traído la reducción radical del desastre a los mil quinientos muertos en carretera al año y el gigantesco número de heridos graves que lastran sus vidas y a la Seguridad Social. Menos mal que Pere Navarro ha vuelto y está empeñado en reducir los accidentes aún más, frente a quienes entienden también aquí que la libertad es algo tan peregrino como conducir como les da la gana y tomarse una caña y unas bravas en cualquier terraza. En definitiva, un gran éxito político-criminal de una democracia madura, asesorada con expertos y científicos, que siempre han de ir juntos inspirando a los Gobiernos, para lo que intervino entonces la Comisión General de Codificación. Toda una lección también para la pandemia.

Retos para la UCLM

Ya se sabrá a estas alturas quien será Rector de la Universidad durante los próximos cuatro años, por lo que seguramente puedan ser útiles para todos algunas reflexiones sobre los retos que afronta la Universidad.Una primera consideración debe referirse a la docencia. Por fortuna, el primer rector, Isidro Ramos, dejó sembrado desde su visionario discurso inaugural de 1985 en los profesores y técnicos de la primera generación un innovador catálogo de ideas y técnicas. Bien cultivadas a lo largo de los años posteriores nos han dotado de la tecnología y las habilidades necesarias para que, junto a un extraordinario esfuerzo de los servicios informáticos y de su dirección, hayamos podido pasar en cuatro días de la enseñanza presencial a la digital, lo que ha sido un verdadero récord nacional. Lo que hemos aprendido de esa necesidad hay que convertirlo ahora en virtud. Se abren grandes oportunidades para enriquecer y acompañar la enseñanza presencial y, sobre todo, para organizar los cursos de especialización y de formación permanente, así como para dar una plataforma regional a la labor del profesor individual esté donde esté. Por la misma razón se debe dar un salto en la importante tarea de la extensión cultural de la Universidad, pues la tecnología hace posible enriquecer la acción que tiene lugar en un campus con la desarrollada en todos los demás y permite una comunicación audiovisual e interactiva a nivel regional para lo académico y cultural.

Será imprescindible cambiar muchas cosas en la gestión económica. Impera hoy un sistema de control extremado del gasto, absurdo y paralizante, que impuso el ministro Montoro para “compensar” los escándalos de la época. Si el sistema es malo para las administraciones ordinarias, resulta letal en todo el sistema de I+D, tanto para el CSIC como para las Universidades. Estas tienen que impulsar su reforma por el Gobierno central, pero también hay que innovar en las universidades internamente y no dejar las interpretaciones de la Ley en cada funcionario aislado, pues el proceso tiende a que el mejor gasto sea el que no se hace.

Para todo será fundamental captar lo difícil que va a ser la vida económica y presupuestaria de los años venideros, lo que debe estimular nuestro entendimiento. Es posible que el único camino para hacer frente a la muy insuficiente financiación universitaria -y de todo el sistema I+D- sean los nuevos fondos europeos de la era del Covid, pero se encuentran condicionados a la formulación de proyectos por parte de Universidades junto con empresas. El aprovechamiento de esos fondos requiere iniciativas y nuevas ideas, seducir a las empresas y lograr la complicidad del Gobierno regional. Una gran comisión para el estudio y la preparación de esos proyectos debería ponerse en marcha desde la semana que viene.
Y con ello el último desafío: hay que protocolizar las relaciones entre la UCLM y la Junta de Comunidades, lo cual no es solo cuestión de reglas, sino, sobre todo, de confianza mutua. Es una tarea sobre la que ya nos advirtió Justo Zambrana cuando se hicieron las transferencias: la Junta y la Universidad deben mantener una relación de plena confianza. La Universidad es un organismo adscrito a la Junta, aunque tenga un régimen constitucional de autonomía, pero esta es una autonomía para el mejor desarrollo de la actividad académica, en lo demás es una institución de la Comunidad Autónoma y ambas tienen que estar bien coordinadas, sobre todo ante una crisis como la que sufrimos.

¿Qué pasará el día después?

Hacer predicciones en estos momentos es un reto difícil. La última gran pandemia que se produjo en el mundo fue la generada por la gripe denominada “española” (aunque su origen vino de los movimientos de soldados participantes en la Gran Guerra) de la segunda década del pasado siglo. Produjo 50 millones de muertos, pero su coincidencia con la I Guerra Mundial difuminó sus efectos. Ahora nos encontramos con una “guerra” que no destruye infraestructuras ni fábricas, todo va a estar en pie cuando esto pase, además, su mortalidad puede no llegar ni al 5% de aquella gripe.

¿Cómo se salió de aquella situación? Aumento de la deuda, inflación, problemas de oferta, caída del patrón oro, hundimiento del tejido productivo europeo y surgimiento del de los EE. UU.Y entonces se consolidó la revolución industrial. ¿Qué pasará ahora? Antes de esta pandemia todos estábamos convencidos de que la revolución digital se iba a imponer, la robótica, la tecnología block chain, la inteligencia artificial, la informática cuántica, y que al fin parecía íbamos a actuar para abordar el cambio climático y valorar a las empresas además de por sus resultados financieros, por su gestión socio ambiental y de buen gobierno. Cualquier predicción previa a la pandemia, vaticinaba un mundo distinto en el que los cambios nos abocaban a un mundo diferente. La comparación era simple, piensen que oficios eran los de sus abuelos, piensen los que Uds. tienen ahora e imagínense un futuro en el que el 90% de los oficios no tendrán nada que ver con los actuales.

De golpe nos encontramos que el sector primario es fundamental ya que la recolección del campo y la ganadería de proximidad es imprescindible para que podamos comer; que lo positivo de la globalización tiene su parte negativa al haber desplazado gran parte de los suministros esenciales a países ajenos con distancias y modelos diferentes que condicionan el suministro de bienes imprescindibles para mantener las cadenas de producción o el consumo finalista; que el desprecio por la ciencia y la cultura hace que dependamos de terceros para poder luchar contra este virus, que por muy desconocido que nos sea, no dejaba de estar anunciado desde tiempo atrás como un escenario posible; que echamos de menos ese comercio de proximidad que nos hubiera abastecido en estos días y que se han cargado los grandes centros comerciales.

Y a los llamados “países desarrollados” nos ha sorprendido la situación sin tener un Plan de Contingencias y miedo me da lo que puede pasar en países en vía de desarrollo. La mortandad será horrible y, mientras no se encuentre la vacuna, la guadaña de la muerte se ceñirá sobre toda la humanidad durante meses limitando su capacidad de reacción.

¿Y que va a pasar con la economía? Cierto es que todos los esfuerzos se deben dirigir a luchar contra la pandemia, pero la situación ha puesto de manifiesto nuestros puntos débiles, una estructura sanitaria insuficientemente dotada de medios materiales y humanos, y no vale decir quién tiene la culpa, la solución la tiene que dar el que gobierna. Una estructura científica mal dotada y considerada a la que, como si fuera la panacea universal, se la dota, ahora, con 30 millones para la investigación contra el coronavirus. Un sistema educativo sin preparación para poder atender a los alumnos en un modelo no presencial. Una red de conexión a internet insuficiente, por mucho que se nos llene la boca diciendo que tenemos más km. de fibra óptica tendidos que cualquier país europeo, por lo que el teletrabajo y la educación a distancia se hace inviable para cientos de miles de españoles. Y lo que es peor, un volumen de deuda pública que limita mucho nuestro acceso a los mercados para obtener financiación y que nos obliga a mendigar en Europa el aval suficiente para poder disponer de liquidez para resolver lo que se nos viene encima.

Sin entrar a juzgar si podíamos haber previsto esta situación, o si se han tomado las medidas adecuadas para limitar sus efectos, voy a intentar dar mi opinión sobre la que se nos viene encima y como limitar el daño irreparable que esta pandemia va a suponer para la economía de todos los españoles y, en mayor o menor medida, para todos los habitantes del planeta.

Hasta ahora se daba por sentado que el incremento del PIB generaba, año tras año, una mejor situación de toda la población. Podía haber problemas de redistribución de renta, pero se establecía una relación entre aumento de riqueza y mejores condiciones de vida de la población. Si tomamos el año 2000 como base, y comparamos con el año 2018, España ha aumentado su PIB per cápita en un 206%, Francia en un 185% e Italia en un 171%. Cierto que partíamos de peor situación, pero, en líneas generales, no hemos hecho mal la tarea. La crisis de 2008 se consiguió sortear mejor de lo esperado a pesar del crack financiero, protagonizado fundamentalmente por las Cajas de Ahorro, debido a su excesiva orientación al sector inmobiliario, mala gestión y alguna práctica más que dudosa. El sector privado logró salir adelante orientando su actividad a la exportación y mejorando su eficiencia. Esto permitió un incremento de la recaudación de tributos del Estado, año tras año, demostrando que, a mayor actividad económica, más ingresos y mayor capacidad del Estado para proceder a redistribuir la renta disponible entre la población mediante el gasto público necesario para ello.

Pero ahora ¿cómo estamos? La necesidad de mantener el confinamiento en nuestras casas, el cierre de fronteras, y la no actividad de múltiples sectores, está generando una crisis de oferta brutal al no generarse bienes y servicios, crisis de oferta a la que se une otra de demanda al no poder acceder gran parte de la población a la adquisición de bienes y servicios nada más que los indispensables o a aquellos que les puedan servir a domicilio. Y en esta situación, son decenas de miles de autónomos y PYMES que tiene que atender gastos fijos sin obtener ingreso alguno, y también cientos de miles de ciudadanos que carecen de ingresos y que ven su puesto de trabajo, no ya peligrar, sino claramente perdido.

Sin ser catastrofista, tenemos un escenario que ya vaticina una caída importante del PIB, que algunos analistas estiman aumenta en un 1% por cada semana adicional que pase sin recuperar la actividad económica en su totalidad. A estas alturas estaríamos asumiendo una caída mínima del 8%, lo que implica que todos vamos a disponer de un 8% menos de renta, pero esto no se va a distribuir de forma regular, habrá un aumento de familias en situación de pobreza y gran parte de la sociedad tendrá que replantearse su situación.

Ante esto hay varios escenarios, el primero parte de atender, como es obvio, a todos los afectados por el contagio del coronavirus, así como tomar todas las medidas sanitarias que limiten su extensión. También hay que establecer medios para que todas las familias puedan tener atendidas sus necesidades básicas.

Pero ahora viene la pregunta del millón ¿quién paga esto? Es evidente que ha de ser el Estado como garante final del bienestar de todos lo ciudadanos, pero el Estado no es un ente abstracto que dispone de dinero de forma ilimitada. Todo gasto público se puede atender gracias a los tributos que pagamos todos los contribuyentes. España no tiene materias primas ilimitadas ni recursos energéticos que le otorguen una balanza de pagos con un superávit tal que pueda atender todas las necesidades de sus ciudadanos sin que estos trabajen, generen riqueza y paguen impuestos. Luego, si se hace necesario atender con recursos públicos las necesidades de la población y habrá menos ingresos tributarios al caer la actividad, ¿qué escenario vamos a tener? Un incremento del déficit público muy importante, que habrá que cubrir emitiendo deuda pública y colocándola en el mercado a unos tipos de interés asumibles. Y lo tenemos que hacer en un momento en que ya el endeudamiento público de España es significativo y que se hace necesario que los inversores confíen en España y aquí hay que decir que confíen en nuestro Gobierno (recordemos el ejemplo Griego de hace unos diez años para ver el peligro de jugar con otras cartas). Por eso es tan importante que prioricemos y centremos el uso de recursos allí donde decidamos es prioritario; que tengamos en cuenta las necesidades y cargas que generamos para generaciones actuales y futuras; y que nuestros socios europeos nos apoyen, por eso es bueno que ya se hayan liberado los millones del Fondo que Europa tiene para casos de este tipo, a pesar de la oposición, que, en un principio, manifestaron Holanda y Alemania.

Pero, ojo, este dinero hay que devolverlo, no es una subvención, esto implica que, a futuro, en los Presupuestos Públicos habrá una partida significativa para el pago de intereses de la deuda y para la amortización de esta, partida que habrá que ver como se dota, ¿qué otras partidas se recortarán? Porque no va a haber aumento de ingresos si no se mantiene el tejido productivo, si las decenas de miles de autónomos y PYMES que van a desaparecer con esta crisis no encuentran alternativas para volver a la actividad o si los hipotéticos dos millones de trabajadores que se estiman van a aumentar las cifras del paro, no encuentran empleo.

La actividad económica, tanto por la vía de la oferta, al tener menos empresas, como por la vía de la demanda, al tener menos renta disponible los ciudadanos, se verá afectada y habrá menos recaudación de tributos y, por lo tanto, menos opciones para poder seguir atendiendo el gasto público. Y miedo da pensar qué tipo de políticas se puedan plantear ante esta situación.

Vemos que el modelo de Estado del Bienestar que surgió en Europa después de la II Guerra Mundial y que ha sido un ejemplo durante estás décadas, puede estar en crisis si no se buscan soluciones conjuntas. Esta crisis va a adelantar en lustros lo que ya se vaticinaba como cambio de modelo. Estas semanas de confinamiento nos han demostrado que se puede producir un cambio de valores por estricta necesidad. Hasta qué extremo hemos eliminado lo superfluo de nuestras vidas y hasta cuánto echamos de menos cosas tan elementales como poder dar un abrazo a nuestros familiares o estar con nuestros amigos. Valores y bienes inmateriales que valen mucho más que cualquier otra cosa. ¿Perderemos como objetivo el mejorar nuestro nivel de vida? ¿Se dejará de lado el aumento del PIB? ¿Exigiremos a nuestros gobernantes que dejen de ser cortoplacistas y que inviertan en Educación, Ciencia, Cultura y medio ambiente? ¿Se imaginan Uds. lo que habría sido esta Pandemia si se hubieran tenido científicos, laboratorios y medios para enfrentarse con ella desde el origen? Se que todos queremos y aspiramos a vivir mejor, pero también esta crisis nos ha demostrado que quién más ha ganado con ella (aparte algunos aprovechados, que espero salgan a la luz) ha sido la propia naturaleza, con menos contaminación, volviendo especies naturales a un entorno que el hombre les había arrebatado.

Quizás debamos pensar seriamente que esta pandemia ha sido una llamada de atención para que la humanidad se tome en serio que la superpoblación y el esquilmar los recursos naturales es más peligroso que lo que un puñetero virus nos ha enseñado. Y mientras tanto ¿qué hacemos? Una cuestión que aprendí en la Facultad y luego en Milicias y que he experimentado a lo largo de mi vida, es que hay que tener una estrategia y táctica para alcanzarla. Saber cuándo, por dónde y cómo alcanzar un objetivo, se hace fundamental en estas situaciones. Y el mejor consejo es que cada uno nos hagamos esta pregunta en nuestro entorno. En qué podemos utilizar nuestro tiempo en estos momentos de confinamiento: ¿puedo colaborar en algo para mejorar la situación de mis vecinos? ¿en qué escenario voy a estar cuando termine el confinamiento? ¿Estará abierta mi empresa? ¿tendré trabajo? ¿puedo unirme con algunos compañeros para poner en marcha aquel proyecto que, por loco que fuera, hoy a lo mejor es posible? Y que quiero hacer cuando esto termine. Todo, menos esperar a ver qué hacen los demás por mí. A todos nos pilló esta situación por sorpresa, que al menos esto nos sirva para estar atentos ante lo que el nuevo horizonte nos plantea. Por años y experiencia, se que debo procurar hacer todo lo que esté en mi mano para luchar contra cualquier adversidad, todo, menos quedarme quieto esperando a ver que pasa. Así que ya saben, el peor error que pueden cometer es no hacer nada. Actuemos y hagamos lo posible para que la reconstrucción de nuestra economía que tenemos por delante aborde retos que sabíamos teníamos que abordar y que al menos los esfuerzos que nos esperan nos permitan afrontar el futuro mejor preparados para nuevas situaciones complicadas.

Un abrazo virtual hasta que nos lo podamos dar después de este confinamiento.

Universidad: explicar lo que hacemos.

A tenor de algunas reacciones, lo que más me sigue sorprendiendo es la dificultad que tiene la sociedad, de la base y de las alturas, para entender lo que hacen los enseñantes, tanto en la escuela, como el Instituto o en la Universidad. Es una incapacidad que muestran incluso sí han pasado por la propia universidad.La Universidad se fundamenta en la enseñanza y en la investigación y la dedicación de los profesores debe ser a ambas tareas, a salvo de algunas carreras que por ser muy profesionales no requerían históricamente el doctorado y la formación que éste supone. La tarea investigadora en mi campo debe repartirse aproximadamente en un 30-40 por ciento de horas de docencia y un 60-70 por ciento de investigación. La jornada diaria de un profesor investigador no debe bajar de las 10 horas, es decir, de 70-80 a la semana. Esa dedicación no solo es medible, sino que resulta evaluable y así se hace en lo que a la docencia se refiere a través de los planes de calidad, con revisiones cada 3 años, para lo que se toman en cuenta no sólo las horas de clase teórica y práctica sino también la utilización de recursos de aprendizaje y prácticas innovadoras, la realización de actividades docentes y culturales en la propia Universidad o la extensión universitaria, etc. Es ésta una evaluación que se realiza por la propia Universidad y su comisión al respecto y que la superan la inmensa mayoría de los profesores, aunque siempre quedan fuera hasta un 10 por ciento. Naturalmente que esa evaluación se puede mejorar e incrementar.

La parte de la investigación se evalúa muy rigurosamente por comités externos y de nivel nacional, cuyos resultados conocemos como “tramos de investigación”. Un investigador bueno debe acumular cada 6 años un tramo y presupone que un comité nacional bien autónomo y alejado del interés de grupo ha estimado positivamente la actividad plasmada en la investigación publicada, que cómo en el caso de las Ciencias experimentales se controla por la calidad de la revista o editorial de los libros, por el impacto que esas publicaciones comportan o por criterios que sustituyen o complementan a estos en las Ciencias Sociales.  El sistema de control es tan extremado qué recuerdo bien cuando junto con Ernesto Martínez Ataz hacíamos la selección de profesores para nuestra primera Facultad de Medicina y seguíamos la evolución en los puntos de información de la vida científica de los posibles candidatos,  en los que se representaban  no solo en datos sino también en gráfica y mucho me sorprendió cuando mi compañero de fatigas advertía en una gráfica una caída notable que se mantenía unos cuantos meses y me decía: este, o ha caído enfermo, o le han hecho vicerrector, o ha tenido descendencia. Esto último solo se apreciaba curiosamente en mujeres. Así es la cosa. Por cierto no hay creo ningún sector de la administración pública que someta a sus funcionarios a una evaluación cualitativa tan transcendente, pues solo con un cierto número de sexenios se pueden alcanzar las mayores responsabilidades.

Pero deseo precisar que dar clase es, además, prepararlas, incorporar las novedades producidas del año anterior. En esto los penalistas lo tenemos difícil, porque nuestra materia no abandona la primera página de los periódicos y ocupa incluso todo el tiempo en algunos telediarios, que a los antiguos nos recuerdan mucho a “El Caso”.  Ya decía don Miguel de Cervantes: el demonio nunca descansa y todo lo añasca.

Pero además de las clases y la investigación está el que hay que leer mucho. No hay ciencia ni calidad docente sin información, ni amplia cultura. Los periodistas gustan mucho de la pregunta sobre el último libro leído por su víctima, pero a un profesor hay que preguntarle no solo por el último leído en la semana, sino también cuántos otros libros ha acariciado con la mirada en ese periodo. Si el profesor no hace las tres cosas no será un buen profesor. Y sería muy bueno a estas alturas qué el rectorado nos contara con detalle cómo está nuestra productividad científica medida por estas organizaciones internacionales y nacionales, cómo estamos de tramos de investigación, en qué proporción sobre el total de los profesores que pueden acceder a la evaluación y por los sexenios que puedan acumular. De ahí nos saldrá la lista y el ranking de cada cual. Por aproximado que sea, será bueno saberlo y todos los esfuerzos que hagamos por comunicar estas cosas irán en beneficio de la Universidad y del concepto que tengamos todos sobre nosotros mismos.

Y no me voy a olvidar del personal que llamamos de administración de servicios. Es muy variado, pero voy a resaltas dos sectores que pueden ser más comprensibles para los lectores, las bibliotecas y los servicios informáticos. De las primeras impacta a quien con experiencia de la vida llega a la biblioteca y se entera que le pueden proporcionar cualquier libro o revista científica disponible en las bibliotecas universitarias de Europa,además, su asesoramiento a los usuarios es bien notable, despliegan iniciativas de servicio y acciones culturales y encima les someten a la congelación de plantillas y, además les hacen trabajar seis veces más que antes por cada libro que se compra, pues los que quisieron huir de un sistema en el que dirigentes de la administración distraían millones en bolsas de plástico no tuvieron mejor ocurrencia que someter a todas las administracionesa normativas absurdas, sin caer en la cuenta que lo que garantiza que no se produzcan desviaciones es la transparencia y la profesionalidad de los funcionarios. Aún más, los libros tienen precio único. Del servicio de Informática baste con decirles que en una semana han sabido completar el sistema de que se disponía para sustituir una lengua en uso por otra nueva, pero que nos permite aprender con suma facilidad y hace posible soportar la inmersión de toda la Universidad en la era de la conferencia audiovisual en tiempo real y con un uso de la red varias veces más intenso que el tiempo normal, eso sí, a costa de los alumnos, cuyo esfuerzo personal debe incrementarse de modo notable en tiempo de coronavirus.A ver si se animan algunos compañeros de diversos sectores a contar lo que se hace para explicar lo que hacemos.

Las políticas públicas en tiempos de incertidumbre

Es tiempo de volver a la realidad. A medir, a informar a la sociedad con transparencia y claridad de lo que está en juego.

En el mes de abril del año pasado, cuando comenzaba la pesadilla de la pandemia, Paul Collier reflexionó sobre cómo diseñar políticas públicas en tiempos de incertidumbre. El reto ya no era tomar decisiones con información limitada o riesgos mensurables, sino diseñar intervenciones en un mundo en el que ignorábamos las variables que eran relevantes. Mientras que para enfrentar el primer tipo de escenarios la mejor estrategia pasaba por tener mejores diagnósticos, más datos y estrategias de mitigación de los impactos negativos, la única vía posible para vencer nuestra ignorancia radical era el método de prueba y error. Así aprendimos cómo confinar a la sociedad para hacer frente a la propagación del virus, cómo diseñar las desescaladas, cómo vacunar o cómo sostener rentas y empleos. Los políticos no esperaron a que la teoría les mostrara el camino, sino que primero actuaron, y luego nos convencieron de que, en circunstancias extremas, todo lo que se hace es porque se puede hacer.

Esta redefinición de lo que es políticamente posible —el sí se puede— estaba legitimado no solo por las dramáticas urgencias de la pandemia, sino también por la compartida insatisfacción ante la insoportable desigualdad, inseguridad personal y social, guerras culturales y polarización política que había surgido en los años —incluso décadas— anteriores. Todo ello contribuyó al radical cambio de paradigmas económicos que ahora se están haciendo visibles. Recientemente Danny Rodrick ha repasado algunas de las manifestaciones de esta radical mutación: cómo los miedos a la inflación y al déficit se han reemplazado por una preferencia por una economía dopada con generosos estímulos monetarios y fiscales, cómo la competencia por tener los tipos impositivos más bajos ha sido reemplazada por el objetivo de tener un tipo global impositivo mínimo sobre las multinacionales, cómo se han resucitado las políticas industriales, o cómo se ha pasado de hablar de flexibilidad en el mercado de trabajo a promover intervenciones que refuerzan el salario mínimo y el poder negociador de sindicatos y trabajadores. O cómo hoy se asume que es preferible la seguridad estratégica y la globalización limitada a la priorización de la eficiencia mediante la inserción en cadenas de valor globales, por no hablar del giro tectónico frente a las grandes empresas tecnológicas que han pasado de ser la fuente de la innovación y el crecimiento a ser vistas como monopolios que hay que regular y fragmentar.

Ciertamente estamos ante un nuevo mundo, y, felizmente, no hay razón alguna para pensar que el fin de la pandemia nos retrotraerá a todas las viejas reglas y convicciones. “Construir de nuevo mejor” es algo más que un afortunado eslogan, es una necesidad.

Pero para conseguir que cualquier país realmente sea mejor hace falta mucho más que buena voluntad. Exige reformas, inversiones y cambios que, inevitablemente, producen costes, ganadores y perdedores. La experimentación no es la mejor estrategia para conciliar los intereses contrapuestos que inevitablemente acompañarán la transición hacia un mundo más inclusivo y sostenible. Entre otras cosas, porque paulatinamente será más evidente que las decisiones de política pública no solo tienen, en el mejor de los casos, las consecuencias buscadas sino también impactos —algunos previsibles, otros indeseados— que activan potentes restricciones financieras y políticas. Ni en el viejo, ni en el nuevo mundo hay nada gratis.

Probablemente la lucha contra el cambio climático sea el más claro ejemplo de la necesidad de transcender al voluntarismo. Nadie puede hoy sensatamente negar su existencia y sus letales consecuencias. Esa batalla ya está ganada. Ahora, como ha planteado Pisani-Ferry, lo que hace falta es enfrentar con realismo las consecuencias sociales y económicas de los imprescindibles compromisos de descarbonización asumidos por la mayoría de los países. Pretender que la transición será un proceso sin costes y fricciones —incluso si la tecnología nos ayuda— es un mal punto de partida. Ese escenario lo malgastamos posponiendo las medidas que había que haber tomado hace mucho tiempo. Ahora, poner un precio a las emisiones, un recurso que hasta ahora era gratis, nos hemos regalado un shock de oferta que tendrá impactos sobre el crecimiento potencial de la economía, sobre el empleo, las cuentas fiscales y la distribución de la renta. Todos ellos pueden ser manejables, pero negarlos es una receta infalible para que lo que se haga realmente sea poco y tarde. También para que surjan guerras culturales y utopías regresivas que pretendan absorber y soplar al mismo tiempo: mejorar la distribución con menos crecimiento, preservar las libertades y conseguir la armonía universal.

Es tiempo de volver a la realidad. A medir, a informar a la sociedad con transparencia y claridad de lo que está en juego en estos momentos, de los costes que comportan las decisiones posibles y, luego, actuar. En eso, y no solo en sustituir paradigmas, es en lo que posiblemente consista hacer buenas políticas públicas en tiempo de incertidumbre.

Publicado por Jose Juan Ruiz en El País, el 19 de septiembre de 2021

El Estado protector

Los más vulnerables no pueden arriesgarse a que un día les anuncien que se ha hecho el 100% de lo que se pudo.

A finales de los años noventa del pasado siglo, cuando México comenzaba a salir de la Década Pérdida, en Champotón, un pequeño pueblo del Estado de Tabasco, tras el escenario montado en la plaza mayor para despedir al alcalde saliente colgaba una pancarta que solemnemente anunciaba “Se hizo el 100% de lo que se pudo”. Lo que entonces parecía un ingenuo producto de propaganda política, hoy, tras una pandemia que ha contagiado a más de 100 millones de personas, matado a más de dos millones de ciudadanos, y destruidos centenares de miles de empresas y empleos en todo el mundo, resulta una descripción realista de la capacidad de los Estados para contrarrestar los efectos sobre nuestras vidas de los shocks inesperados.

En todo el mundo, las políticas públicas han sido las que han evitado que la catástrofe fuese aún mayor. Sin las medidas de confinamiento adoptadas, sin la coordinación de la investigación sobre las vacunas, sin los estímulos monetarios y fiscales, sin los instrumentos de protección de rentas y empresas, hoy estaríamos peor de lo que estamos. Los errores de predicción —por pesimistas— de los expertos dan la razón a la vicepresidenta económica del Gobierno cuando, en sede parlamentaria, recientemente afirmó que, sin medidas, el PIB español hubiera caído más del doble del 11% efectivamente registrado y que la destrucción de empleo se hubiera multiplicado por cuatro. Duro, pero realista: se hizo lo que había que hacer, y gracias a ello lo peor se ha evitado.”

La necesidad de resituar el papel del Estado en la sociedad y en la economía va a ser otro de los legados disruptivos de la covid. Declaraciones ideológicas del tipo “la sociedad no existe” o “el Gobierno es el problema, no la solución” están tan fuera de lugar como mantener que la tierra es plana.

Hemos aprendido que nuestra salud, nuestra prosperidad, el mantenimiento de nuestra empresa o de nuestro puesto de trabajo, nuestra movilidad y libertades dependen de lo que le ocurre a los demás. La agenda y las prioridades han cambiado, los instrumentos también y con ellos la capacidad del Estado y del mercado para agregar las preferencias sociales.

Definir con realismo lo que el Estado puede y debe hacer es una tarea compleja para la que no hay respuestas técnicas, sino políticas. En general, la historia nos dice que funcionan mejor las soluciones de cooperación que las de hegemonía de uno sobre el otro. A Europa le fue bien cuando acometió su reconstrucción bajo el lema de “con el mercado hasta donde se pueda, con el Estado cuando sea necesario”, y nos ha ido peor cuando nos hemos encelado en el Estado empresario o en experimentos desregulatorios. Sería una oportunidad perdida si, en respuesta a los excesos del pasado o cegados por el temor a lo incierto, tratáramos de convertir al Estado en un ejecutor serial de “proyectos” similares a los que permitieron llegar a la luna: acabar con la pobreza y la desigualdad en el mundo, digitalizar inclusivamente, o descarbonizar la economía.

En primer lugar, porque este relato tropieza con el inconveniente factual de que al frente del proyecto Apolo no estuvo la administración de Estados Unidos, sino la NASA, una agencia que gestionó los recursos públicos que recibió con procedimientos y criterios estrictamente privados. En segundo lugar, porque el Estado ni está diseñado ni tiene la capacidad, por sí mismo, para resolver ninguno de esos problemas. Y viceversa.

Para hacer frente a las fallas del mercado hace falta la capacidad del Estado para gravar impositivamente, subsidiar, regular o cambiar derechos de propiedad. Para resolver las fallas del sector público y su potencial captura hacen falta competencia, transparencia y procedimientos reglados de rendición de cuentas.

En todos los casos, hacen falta mecanismos explícitos de gobernanza y políticas de evaluación rigurosas de los resultados. Para esa alianza público-privada no hace falta reinventar mucho: solo se necesita estar dispuesto a debatir y a consensuar reglas y procedimientos. Y aparcar la persecución de utopías que pueden despistarnos de lo realmente urgente: volver a crecer gracias a las inversiones y las reformas.

La del Estado protector, o la del neo-pobrismo, son distopías. Es decir, la inevitabilidad de resignadamente aceptar que no es posible seguir creciendo porque todo modelo de crecimiento es un juego de suma cero que empeora la distribución o compromete la sostenibilidad del planeta, es una idea ficticia. Especialmente para los más vulnerables. Los que no pueden arriesgarse a que un día les anuncien que se ha hecho el 100% de lo que se pudo.

Publicado en El País el 7 de Febrero de 2021